La ciencia médica detecta un “falso negativo” cuando el resultado de una prueba indica que una persona no tiene cierta enfermedad o afección y en realidad la tiene; detecta un “falso positivo” como una anomalía o un error en el resultado de una medición o cálculo, que indica la presencia de una condición o característica cuando la misma no está presente en realidad.
Si trasladamos el concepto a la ciencia política (me ha dado por ponerla en minúscula debido al desprestigio que le han dado muchos charlatanes y Kundera se queja de la charlatanería de las Ciencias Humanas), podemos hablar de una “falsa narrativa” que consiste en una anomalía o un error para calificar un proceso, sosteniendo la presencia de una condición o característica cuando la misma no está presente en realidad.
Por lo general ni la información dura ni la lógica pueden derrotar a los portadores de esa narrativa, porque la misma se mueve hacia un terreno irracional y como tal se cierra al debate, los conductores de la falsa narrativa la repiten como mantra con la esperanza de que la repetición ad nauseam la convierta en verdad. Hay quién equipara esto al concepto de propaganda de Goebbels.
La falsa narrativa conlleva el peligro de propiciar decisiones políticas cuyo efecto es pernicioso. Partir de la verdad no puede desembocar en decisiones que hagan el bien. Tómese como ejemplo la narrativa falsa de Trump sobre el fraude en la elección presidencial que perdió y el serio efecto que está propiciando: legisladores republicanos han introducido iniciativas para restringir/suprimir el voto en 47 de los 50 estados en Estados Unidos.
Uno de los objetivos de la supresión del voto es dificultar el voto por correo como respuesta en principio a la pandemia, ya que facilitó el voto de millones de personas con dificultad para asistir a las urnas; ese incremento en el voto les costó la presidencia y varias senadurías, luego entonces para la falsa narrativa no es una señal democrática sino que hay que eliminarlo porque es el instrumento del fraude (inexistente).
Para esta narrativa poco importa que ni una de todas las 86 demandas legales presentadas por los trumpianos haya ganado en la corte, en algunos casos ante jueces puestos por Trump, el recurso es insistir en una narrativa que penetre la psique de sus seguidores para justificar todas las infamias que se cometan. Finalmente, los republicanos confían en que se continúe la historia de la democracia en Estados Unidos que es la historia de la supresión y manipulación del voto.
Pero como también en Londres hace viento, la derecha mexicana busca infructuosamente crear su propia narrativa. En 2006 determinaron que AMLO era un peligro para México, que llevaba en el alma el espíritu de los chavistas/maduristas venezolanos y cuando después de dos años de gobierno México no se parecía a Venezuela, la narrativa tomó otro rumbo: AMLO va a extender su gobierno, se va a reelegir, es un dictador, o la variación de que se convertirá en dictador.
No trate usted de perder el tiempo enviándoles definiciones sobre lo que es la dictadura, sugerirles que lean diccionarios políticos o de perdida wikipedia, porque para ellos es suficiente repetir la mantra/consigna y mientras más loros repitan la narrativa más se convencen de tener razón; pensando en las dictaduras es inusual ver que casi todos los periódicos atacan constante y cotidianamente al presidente, los jueces frenan algunas de sus políticas, hasta un militar amaga con un golpe de Estado y se expresan rebeliones en su partido político. Ni que decir que se realizan elecciones y que el presidente presionó para que hubiera una consulta popular para la posible revocación de su mandato. Esa sin duda es una dictadura muy peculiar.
La falsa narrativa distrae el debate político y busca inhibir la adopción de políticas de mejoramiento social. La oposición empeñada en discutir que tanto avanza la construcción de la dictadura, desperdicia energías que podría utilizar para construir una propuesta de nación que influya en las elecciones. Ni que decir que el debate nacional se distrae en vericuetos innecesarios e inútiles.
La falsa narrativa es un atentado contra la democracia. Si en Estados Unidos busca ampliar la supresión del voto como mecanismo para ganar elecciones, en México la narrativa de la construcción de la dictadura busca crear tensiones y turbulencias que generen inestabilidad para dificultar las acciones del gobierno. Ambas opciones apuestan por la parálisis y el fracaso gubernamental como estrategia para convencer a la sociedad que vote por ellos, aunque esa misma sociedad los sacó del poder.
La falsa narrativa es una piedra en el zapato de la democracia y no será fácil, aunque es necesario, tirarla a la basura de la historia que es dónde le corresponde estar.