Al día de hoy, en el mundo occidental, existe una vacuna que ya se le ha sido aplicada a un determinado número de personas. No como parte de pruebas masivas de Fase 3, ni la rusa o la china que se aplican en esos países (y en Baréin) sin el mismo procedimiento de pruebas en tres fases que en los países de la OCDE. Esa vacuna es la Pfizer. La de Moderna ya pasó el penúltimo filtro norteamericano ayer; el último (del CDC) será mañana o pasado, y posiblemente se estará inyectando a principios de la semana entrante.
La de Pfizer se ha colocado, al día de hoy, en tres países: Reino Unido, Estados Unidos y Canadá (en Toronto, desde el domingo), en orden cronológico. Las dosis se están surtiendo de plantas de Pfizer o Pfizer-BioNtech en Michigan y Bélgica. En otras palabras, las primeras vacunas son para los que la produjeron –los norteamericanos– y para sus dos amigos de siempre, Inglaterra y Canadá.
Según el periódico Milenio, las dosis para 125 000 personas (no 250 000) se encuentran ya en camino a México, aunque el gobierno ha dicho que no llegarán hasta después del 22 de diciembre. Ningún otro diario mexicano ni extranjero ha confirmado que las vacunas para México ya fueron subidas a sus respectivos trailers ni existe noticia alguna de que esto haya ocurrido. Por lo pronto estamos en la cola, no precisamente hasta adelante.
Durante muchos años, Canadá y el Reino Unido se vanagloriaban de una “relación especial” con Estados Unidos en general, y con Washington en particular. Cualquiera de los dos jefes de gobierno era el primero en ser recibido o visitado por un nuevo presidente estadunidense; a través del grupo Five Eyes, compartían cierto tipo de inteligencia solo con ellos; y en momentos críticos, Canadá y el Reino Unido eran mano para cualquier trato especial por parte de la superpotencia.
A partir de las presidencias de George W. Bush y Fox, esto cambió ligeramente. El primer país en recibir a Bush fue México, y el primer mandatario en ser invitado a una visita de Estado a la Casa Blanca fue Fox. No pasó de lo protocolario el cambio, pero fue un paso.
Ilustración: Víctor Solís
Ahora sabemos que Biden buscó dar un paso adicional. Procuró convencer a Justin Trudeau y a López Obrador que ellos fueran, como naciones vecinas, los primeros mandatarios en felicitarlo, de ser posible simultáneamente, el sábado 7 noviembre, una vez que las cadenas de televisión, conforme a la tradición estadunidense, lo declararan vencedor. Trudeau aceptó; López Obrador se negó. También mandó una ley al Congreso que hoy fue aprobada y que ha sido considerada por Estados Unidos como contraria a la cooperación entre ambos países.
Hasta ahora se animó a enviarle un carta fría, egocéntrica (It’s all about me), de ardido y medio bananera (su no intervención, su sureste y Centroamérica, su 4T), y es muy probable que en los próximos días, se producirá una conversación telefónica entre AMLO y Biden. Además, habrá cambio de embajadores en ambos países, y eso siempre ayuda en situaciones como ésta.
¿Que tienen que ver la vacuna de Pfizer y la carta a Biden? En principio nada, salvo dos posibles conclusiones. Ser amiguitos de Trump no parece habernos servido de nada, en cuanto a ser los primeros en recibir la vacuna. Trudeau no fue a la “cumbre” del T-Mec en Washington en agosto, fue el primero en felicitar a Biden, y el segundo en recibir la vacuna, escasas horas después de Boris Johnson en Inglaterra. Nosotros no estamos en la primera división, o en las ligas mayores, o en la metáfora que a cada quien le guste. ¿No importa? ¿No nos corresponde? Quién sabe, pero pronto sabremos a cuántas personas podremos vacunar en cuanto tiempo, comparados con otros países. Todo se sabe.