Está desesperado. Fiel a su costumbre, dobla las apuestas. Despide a los funcionarios de su gabinete que lo han cuestionado. Se rodea de puros leales que le dicen lo que quiere escuchar. Está convencido que no perdió, que le hicieron fraude. Y es que no es posible que un candidato gris, aburrido, le haya ganado.

Grita fraude y no presenta pruebas contundentes. Las que exhibe son de risa loca. Pero eso, por el momento, no importa. Lo relevante es ganar la narrativa y ahí sí que va haciendo mella. Tres cuartas partes del electorado que votó por él piensa que la elección fue sucia e injusta, de acuerdo con las encuestas.

Es el típico candidato semi leal con la democracia. Cuando le conviene, aplaude a las instituciones existentes. Cuando no, las condena. Gano y entonces digo que fue una elección ejemplar. Pierdo, desconozco los resultados y mando al diablo a las instituciones electorales.

Este tipo de posturas son tremendamente corrosivas para la democracia. Van minando la credibilidad de sus instituciones. Incluso, en aquellas donde han demostrado funcionar por mucho tiempo. Es, al final, lo que quieren los candidatos antisistémicos: torpedear el orden establecido para fundar un nuevo régimen menos liberal y más autoritario.

Me refiero a Donald Trump.

¿Hasta dónde va a llevar su alegato de que le robaron la elección?

Picado por su narcisismo, hasta donde pueda. El objetivo es demostrar que él merece quedarse en la Casa Blanca.

La pregunta es, entonces, qué harán las instituciones democráticas liberales para obligarlo a irse.

Comencemos con su partido, el republicano. Es claro que, hasta ahora, tiene el apoyo incondicional de ellos. No es gratuito. Con 72 millones de votos, Trump es el líder indiscutible de los republicanos. Para sobrevivir políticamente, los gobernadores, senadores y representantes de ese partido tienen que estar bien con el todavía presidente. Apoyarlo en el alegato del fraude. Nadie quiere ser el primero en abandonar el barco. Al revés. Todos se esfuerzan con estar lo más cercano posible al capitán aunque la embarcación esté por hundirse. Esto les beneficiará en el futuro.

Cuando les toque a ellos reelegirse, podrán presumir su lealtad al hombre más popular entre la base republicana en sus estados. Así que no esperemos mucho de ellos. No van a abandonar al presidente como sí lo hicieron en 1974 cuando los senadores republicanos le dijeron a Nixon que era tiempo de retirarse.

Siguiente en la lista: los tribunales. La pelea de Trump tiene necesariamente un lado legal. Están demandando todo tipo de acciones para descontar boletas en los estados más competidos donde ganó Biden por un margen estrecho. Los jueces, sin embargo, requieren de pruebas contundentes para aceptar las acciones judiciales. Hasta ahora no las han presentado. Pero la estrategia es que este cúmulo de demandas eventualmente llegue hasta la Suprema Corte. Y ahí hay seis ministros que pusieron presidentes republicanos (tres de ellos, el mismísimo Trump) y tres presidentes demócratas. En 2000, en Bush vs. Gore, la Corte se dividió precisamente en estas líneas partidistas para darle el triunfo, cinco contra cuatro, a Bush. ¿Harían lo mismo en esta ocasión?

Otra institución importante sería la Cámara de Representantes. Al final del proceso constitucional, si no hay un ganador certificado por el Colegio Electoral o las demandas legales impiden declararlo, la elección se va a este órgano legislativo. Cada uno de los 50 estados tiene un voto. 28 de los grupos legislativos estatales los controlan los republicanos. Ergo, podrían imponer a Trump como presidente.

Todo esta discusión parece increíble en un país como Estados Unidos. Ya ni hablar, como solemos hacer en América Latina, de otros factores de poder real: los empresarios, los militares, los medios o las iglesias, por ejemplo.

Pero hay una institución que poco se menciona en este debate. Me refiero al Partido Demócrata que ganó la elección. Los republicanos pueden hacer todas las triquiñuelas que quieran para revertir los resultados con apoyo de sus aliados en los Poderes Judicial y Legislativo. ¿Y los demócratas se van a quedar con los brazos cruzados? ¿Acaso no van a reaccionar frente al atropello de quererles arrebatar la elección presidencial a la mala?

¿Hasta dónde va a estirar la liga Trump y cómo van a reaccionar los demócratas? ¿Se va a acabar rompiendo la liga?

Los comentaristas y los mercados le están apostando que al final esto se arreglará y, de alguna manera u otra, Trump se irá de la Casa Blanca. Yo creo eso. Porque pensar en la alternativa es francamente delirante.

 

Twitter: @leozuckermann

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