Desde hace más de un año vengo sosteniendo que Trump no iba a ser reelecto. Las razones de mi imprudente vaticinio fueron de tipo estructural, sin tener mucho que ver con la coyuntura ni menos aún con las variables de los últimos meses o semanas de la campaña, e incluso sin importar demasiado quien sería el candidato demócrata. Apuntaba yo a tres consideraciones de largo plazo fundamentales.
Ilustración: David Peón
En primer lugar, que más del 30 % de los votantes el día de la elección iban a ser afroamericanos, latinos, asiático-americanos y un pequeño número de descendientes de pueblos originarios. De ese total pensaba yo, por lo menos dos terceras partes, si no es que 70 %, si excluíamos a los cubanoamericanos de Florida y en menor medida de Nueva Jersey, iban a votar por cualquier candidato demócrata, con una participación por lo menos igual a la de años anteriores y probablemente superior.
En segundo lugar, pensaba que así sucedería porque en ausencia de candidatos independientes o de otros partidos, en una elección binaria, resultaba prácticamente imposible que cualquier republicano le ganara a cualquier demócrata en el voto popular. Más aún, la diferencia entre ambos iría creciendo. Me basaba en las tendencias históricas: desde 1992, seis de los siete candidatos demócratas a la presidencia han ganado el voto popular; Clinton dos veces, Gore una vez, Obama dos veces y Hilary Clinton una vez. No existía ninguna duda de que Biden ganaría el llamado voto popular, llevando este porcentaje a siete de ocho elecciones.
En tercer lugar, con algo de razón pensaba que las crecientes desigualdades en Estados Unidos —desde 1980— las tensiones raciales en aumento —desde 2015 por lo menos— y la proporción también creciente de electores urbanos con educación superior, en las dos costas del país, y en los suburbios, crearían una coalición anti Trump imposible de vencer.
Todo esto fue cierto antes del covid, antes del desempeño desastroso de Trump en el debate de la semana pasada, y antes de la noticia de que Trump había sido contagiado por el virus. Si a dichas razones estructurales, presentes desde hace tiempo, le sumamos las coyunturales de por lo menos seis meses para acá, resultaba desde entonces imposible que Biden perdiera la elección. Hoy a cuatro semanas de la votación podemos afirmar con toda certeza que estos vaticinios se confirmaron.
¿Qué ha sucedido en estos últimos días? En primer lugar, a pesar de la impresión inicial que por lo menos yo me llevé sobre el debate, el público norteamericano —no tan abultado como en otras ocasiones, pero significativo de cualquier manera— pensó que Biden había ganado el debate por mucho (más de 2 a 1) pero sobre todo que Trump se presentó como un personaje desagradable, si no es que odioso. En segundo lugar, al haberse enfermado, pone de relieve la prominencia del tema del covid entre las preocupaciones de la gente. Desde marzo por lo menos, una mayoría de la sociedad norteamericana sistemáticamente ha manifestado su desacuerdo en la forma en que Trump ha conducido al país en lo que se refiere a la pandemia. Entonces, si el covid es lo más importante y Trump lo maneja mal, la conclusión es bastante evidente: no puede ganar. Pero, además, las encuestas posteriores a su contagio y a la noticia del mismo, muestran que la gente considera que era evitable su enfermedad, y que solo fue producto de su propia irresponsabilidad.
En los últimos días, por lo menos tres encuestas han mostrado dos cosas. En primer lugar que Biden va ensanchando ligeramente su ventaja sobre Trump, en por lo menos dos o tres puntos, aunque algunas encuestas, por ejemplo la de CNN de hoy, le da ya una ventaja de 16 puntos, varios puntos más de los que obtuvo en la encuesta anterior de la misma empresa. Pero las de NBC-Wall Street Journal y de IPSOS-Reuters muestran la misma tendencia. Biden subiendo, Trump bajando, y un promedio, según 538 o Real Clear Politics, de ocho y hasta nueve puntos de diferencia entre los dos candidatos.
Este aumento en la ventaja de Biden a nivel nacional, se refleja también en los estados clave: Florida. Pensilvania, Michigan, Wisconsin, Arizona y quizás en menor medida Ohio y Carolina del Norte. Con que Biden gana dos o tres de estos estados como mínimo, y va ganando en todos ellos, la elección está ya resuelta. De tal suerte que aún si nos vamos a los estados y no a la votación nacional, a estas alturas simplemente no hay como encontrarle a Trump un camino hacia la victoria.
Mucha gente ha dicho desde hace un año por lo menos, que falta tiempo, que todo puede suceder, que las encuestas se equivocaron hace cuatro años, que muchos votantes de Trump no revelan su verdadera intención, que Biden puede meter la pata, que Trump puede dar una sorpresa. Todo esto ha sido posible desde hace un año y lo sigue siendo en las cuatro semanas que faltan pero nada de esto ha sucedido y es poco posible que suceda. Seria preferible entender no solo que Biden va a ganar, si no que lo va a hacer por un margen muy amplio; que los demócratas van a arrasar también en el Senado y en la Cámara de Representantes y que la derrota de Trump va a ser probablemente una de las más grandes en la historia reciente de Estados Unidos, como la que sufrieron los demócratas ante Reagan en 1980 y 84, y ante Nixon en 1972. Hablando de osos, López Obrador se aventó un verdadero grizzly al ir a Washington a apoyar a Trump.