A Esteban Rodríguez.
¿Qué tan justo es el desempleo que, durante la pandemia, ha estado a punto de matar no COVID, sino de hambre, a miles y miles de meseros y de músicos por igual? ¿Y qué tan ético es que el gobierno prácticamente los obligue a ello (a sumergirse en una crisis económica así de terriblemente pronunciada con el supuesto objetivo de salvar vidas)? ¿Es la libertad de mercado la solución para que ninguno de ellos se muera de hambre durante una pandemia, o es, precisamente, la causante de tan trágica situación?
Creo que es de suma importancia comprender la naturaleza de dos de los pilares esenciales sobre los que se erigen las libertades de mercado: 1.- El libre mercado es un principio ideológico amoral (es decir, ni malo ni bueno), pero no en relación con sí mismo (o sea, con tu libertad de vender y/o de comprar bienes y servicios, la cual sí es indudablemente buena), sino amoral en relación con la calidad de dichos bienes y servicios (y siempre y cuando éstos no infrinjan de forma directa ninguno de los derechos inalienables del individuo). Es decir, en un sistema de libre mercado, no poseo la libertad de contratar sicarios ni de vender esclavos; ¿por qué? Porque el matar gente y/o el esclavizarla es, precisamente, el infringir los derechos inalienables -vida, libertad y propiedad privada- de las personas que, como resultado de semejantes transacciones mercantiles, resultarían ser asesinadas y/o esclavizadas. Pero, ¿entonces a qué me refiero al afirmar que el libre mercado es amoral en relación con la naturaleza y/o la calidad de los bienes y servicios que son intercambiados voluntariamente bajo dicho principio filosófico? En pocas palabras, ¿es moral vender un automóvil barato y viejito, aunque su calidad ya no sea necesariamente la más óptima posible, o debemos prohibir la venta de todo auto usado, para que tan sólo se puedan vender y/o comprar impecables Lamborghinis o Mercedes Benz, autos de una calidad (y precio, por supuesto) así de elevada?
La respuesta es que se pueden vender productos de baja calidad siempre y cuando no prometamos que son justo lo contrario de lo que en realidad son (es decir, mientras no queramos vender gato por liebre, un auto viejito como si fuera del año, etc.)
2.- Que el mercado no lo es todo. Es decir, ni el mercado ni el dinero te harán feliz, por ejemplo, ni la libertad de mercado te dará tampoco muchísimas otras cosas de incluso mucha mayor trascendencia a la de la felicidad misma. Podrá sonarte cursi, pero ese famoso proverbio popular es totalmente cierto: hay cosas mucho más valiosas que el dinero.
Y así como el mercado no lo es todo, el gobierno, tampoco.
En pocas palabras, ¿qué tipo de organismo es el que idóneamente se debería de hacer cargo de las personas que entran en desgracia, como las mencionadas en el ejemplo inicial de este escrito? La respuesta es: la sociedad (es decir, el tejido social).
Haciendo a un lado por ahora el particular fenómeno de la pandemia, cabe mencionar que el que el gobierno te regale dinero cuando entras en crisis económica, suena maravilloso, pero el problema de esta tendencia es básicamente que, un acto de caridad, se transforma erróneamente en una especie de derecho-obligación. Es decir, yo caigo en desgracia, y como no soy ladrón (pero tampoco nadie me da trabajo), pues entonces pido limosna para no morirme de hambre. Pero la pido, no la exijo, debido a que estoy, en efecto, en todo mi derecho de pedir limosna, pero no de que ésta no se me niegue (es decir, no tengo derecho a obligar a la gente a que me la dé, pues eso, precisamente, ya se llama robar, en vez de “pedir limosna”); y si la limosna se burocratiza y se oficializa por medio de la intervención del Estado, entonces ahora sí el que me la den se torna en una obligación de aquellos a los que se la pida. ¿Pero una obligación de quién, exactamente? ¿Del gobierno? ¡Por supuesto que no, pues el gobierno en realidad no tiene ni un centavo! Sería una obligación del propio pueblo trabajador (a ese mismo que el gobierno le exprime y le exprime su dinero) para con el propio pueblo caído en desgracia. Así que el yo demandarle al gobierno que me mantenga mientras me encuentro sumergido en una tragedia financiera, no es otra cosa que obligar a mi prójimo trabajador (y también afortunado de tener un trabajo, por supuesto) a que me dé su dinero y que, si no lo hace, literalmente hablando, lo meteré a la cárcel a punta de pistola (que es justamente lo que nos hace el gobierno si decidimos evadir impuestos, independientemente de que ese dinero se destine o no para intentar aliviar mi trágica situación económica como desempleado).
Así que la verdadera solución está en pedir y no en exigir limosna en tan tristes, extremas y tan lamentables circunstancias, y es por eso que el tejido social (las iglesias, los clubes sociales, las organizaciones sin fines de lucro, la familia, etc.), son en definitiva la opción menos mala que existe para que confrontemos este tipo de situaciones, por las que en general no podemos culpar de forma directa ni al gobierno ni al mercado, lo que se debe precisamente a que ninguno de ellos es plenamente capaz de resolver de fondo semejantes problemas en específico.