Nos jactamos durante mucho tiempo de no ser una república bananera, como las de Centroamérica, el Caribe o parte de América del Sur. Primero, no exportábamos plátanos; segundo, nunca hubo una United Fruit Company en México ni su equivalente (tal vez El Aguila); tercero, no subían y caían dictadores militares cada par de años, ni se disfrazaban como Woody Allen en la película epónima de 1971. En fin, ese infierno eran los otros.
La rifa del avión y la carta de López Obrador al Senado sobre los expresidentes vienen a confirmar lo que muchos intuíamos desde hace tiempo. Nos hemos convertido en aquello de lo que antes nos burlábamos: una república bananera. A pesar de la obvia necesidad de no comentar tales barbaridades, no es posible pasarlas por alto. He allí la dinámica bananera: discutir puras tonterías a sabiendas que lo son, y descuidar asuntos de enorme gravedad, como los 200 000 muertos de la pandemia, la caída de 12% de la economía, el millón de empleos formales perdidos, el incremento del número de efectivos del Ejército desplegados en el territorio y el continuo crecimiento de la violencia, y la sumisión ahora sí completa ante Trump.
Ilustración: Víctor Solís
La carta sobre el juicio a los expresidentes resulta especialmente bananera. Dejo a un lado los aspectos jurídicos: abogados y juristas han explicado con detalle –y ahora lo harán con mayor entusiasmo- cómo se trata de una aberración legal. Insistiré en el engaño político detrás de la carta, pero no sin antes subrayar como la redacción sale directamente de Roa Bastos, Asturias, García Márquez y Carpentier. Cuando el presidente afirma que “Esa etapa trágica en la vida se denomina período neoliberal o neoporfirista” en un documento de Estado, rebasa los límites de la cordura. Quien la denomina así es ÉL, con mayúsculas: nadie más, salvo sus seguidores. Recurrir a un lenguaje de ese tipo en un documento de Estado es delirante.
También lo es cuando asienta que “no es mi fuerte la venganza”. ¿A quién diablos le importa cual es su fuerte o su debilidad? No es un documento personal; el poder ejecutivo no tiene fuertes ni débiles. No entiende que existe una separación entre el individuo López Obrador, más o menos libre de pensar lo que quiera, y la institución que encarna y que no puede personalizarse… salvo en las repúblicas bananeras.
Pero la careta más tropical del asunto consiste en la retorcida ruta que seguirá la supuesta satisfacción del innegable anhelo popular de investigación de algunos expresidentes. Dudo que la sociedad mexicana ansíe un juicio a Zedillo, Fox e incluso Calderón; el resentimiento se dirige a Salinas –cada vez menos, debido al paso del tiempo– y a Peña Nieto. Pero la gente sí quiere sangre. López no puede dársela. Entonces inventa esta maniobra bananera, y espera que todo el mundo quede contento.
Las cámaras aprobarán –por mayoría simple– la pregunta formulada en la ya citada carta aberrante. De allí pasará a la Suprema Corte. En las circunstancias actuales, ésta, a pesar del peso de sus nuevos integrantes nombrados por López Obrador, seguirá el rumbo trazado hace tiempo para otras propuestas: bateará la de López Obrador. Éste, ante la derrota, denunciará a la SCJN y le explicará a sus adeptos, cual Ruiz Cortines con Gilberto Flores Muñoz (el “pollo”) en 1957: “Perdimos, pollo”.
No habrá consulta, ni juicio, ni sentencia, ni cárcel. Por distintos motivos en cada caso, todo esto quedará archivado, pero hasta después de las elecciones de 2021. De haber querido realmente hacer algo, el presidente hubiera podido cumplir el compromiso que muchos de sus colaboradores aprobaron durante la campaña: formar una Comisión de la Verdad, con integrantes nacionales e internacionales, para investigar crímenes (no personas) del pasado, tanto de corrupción como de violaciones de derechos humanos. Pero eso no sería propio de una república bananera, y por lo tanto no se encuentra al alcance de López Obrador.