Fue capturado hace poco tiempo en el extranjero, acusado de transar activos ilegalmente. Pertenece a un clan sofisticado con un historial de malversaciones, compras a sobreprecio. Tenía vida de jet set, viajaba en avión privado, se hospedaba en hoteles de lujo, tenía relaciones con gente importante en varios países; un hombre afortunado, tentado por la codicia, la fama, el poder. Un retrato, como tantos, de la deshonestidad humana, un lado vulnerable de nuestra condición mortal. Se espera el desenlace de su juicio y, en el mejor de los casos, que se haga justicia.
No me refiero a algún ex director de la empresa petrolera mexicana, me refiero a Inigo Philbrick, «el Bernie Madoff del arte», un joven británico que a sus 24 años irrumpió como sismo en el mundo de las subastas de alto nivel. Se calcula que, durante los últimos 10 años, el hábil conocedor de arte estafó entre 70 y 250 millones de dólares (cifra pequeña en relación a las fortunas, a la sombra del petróleo, de los jeques mexicanos). ¿Cómo pudo engañar a tanta gente en una industria que se jacta de tener expertos? El caso de Philbrick deja en evidencia aspectos interesantes de la condición humana de los que podemos aprender.
El engaño es parte de la naturaleza, una forma de sobrevivencia que tienen algunos organismos. El camuflaje es acaso su versión más sofisticada. No es sólo el camaleón capaz de cambiar de textura para pasar inadvertido, no ser capturado, o bien, capturar; también hay personas que con gran habilidad se convierten en actores en la vida real, capaces de administrar, con frialdad y meticulosidad, símbolos y señales para atraer a sus víctimas y consumar la transa. Por supuesto, el esquema del engaño es por desgracia una constante en el sistema político mexicano, aun en gobiernos supuestamente purificadores de corrupción.
Philbrick, irresistible, usaba relojes de millonario, trajes que valían más que un automóvil, frecuentaba restaurantes exclusivos donde consumía botellas de vino de precio prohibitivo, alardeaba de sus relaciones personales, era encantador y muy persuasivo, en otras palabras, construyó una imagen de legitimidad para ganarse la confianza de inversionistas en arte e instituciones financieras con las que armó intrincados esquemas que le permitieron comprar obra a precios récord y luego venderla varias veces, o fraccionadamente, a personas que creían ser los únicos dueños. Su esquema funcionó mientras las obras subieron de precio. El mercado a la baja evidenció que el joven emperador iba desnudo.
¿Por qué caemos en engaños? Otro célebre estafador que ahora coopera con las autoridades dice: «Quizá pienses ‘esas transas de hazte millonario rápido son obvias y yo nunca caeré en una’. Cuando escucho a alguien decir que sólo los estúpidos caen, siento ganas de pedirles su teléfono. Nada más que no quiero hablar con estúpidos, porque un estúpido no tiene 50 mil dólares para dármelos. Te asombraría saber cuántos doctores, abogados, ingenieros y profesores de universidad he estafado. La realidad es que el fraude le puede pasar a cualquiera dadas las circunstancias adecuadas».
Dan Ariely ha estudiado cómo se genera la deshonestidad. Sus hallazgos muestran que el modelo bajo el cual alguien decide cometer un ilícito en función del costo beneficio es imperfecto. Dice que cometemos ilícitos hasta el punto que nos permite mantener una autoimagen de individuos honestos, en otras palabras, justificamos los actos ilícitos y nos sentimos bien, así se trate de comprar piratería, cruzar un semáforo en rojo, copiar en un examen, falsificar una invitación a una boda. Esto sugiere que más castigos a más gente no es la forma idónea para acabar con la corrupción, sino más bien hacer algo para cambiar la forma en que las personas racionalizamos y justificamos nuestras acciones ilícitas.
Bajar los niveles de corrupción de una sociedad implica no solamente disminuir la impunidad y hacer valer el Estado de derecho, requiere una formación ciudadana donde se eduque desde la casa y las aulas, no nada más en materia de ética sino en conocer el mecanismo que nos afecta para tomar decisiones morales. Algo así como conocer el virus para hacer la vacuna. Mientras eso no suceda, seguiremos escuchando justificaciones al estilo «él no se mandaba solo».
@eduardo_caccia