Creo que la decisión de cuidarnos y cuidar a otros lleva semanas en nuestras manos, pero pareciera que buscamos sabotear un posible regreso por nuestra cultura arraigada de desconfianza, otra enfermedad que está entre nosotros y es altamente contagiosa.
En la danza de las cifras, las estimaciones de los contagios y de los lamentables fallecimientos, seguimos sin tomar medidas de higiene, resguardo y distancia que podrían ayudar a desacelerar la pandemia.
Quienes ya se reunen, salen a la calle sin cubrebocas, evitan el uso de gel antibacterial, asumen que las medidas de cuidado siempre pueden aplicarse a otros y, si las ordenan las autoridades, es seguro que hay una intención oculta de perjudicarnos.
Esas mismas personas, que conviven por gusto al contagio y no por necesidad o trabajo, ya empiezan a lograr su cometido de estropear un paulatino y doloroso regreso a una nueva realidad, distinta a cualquier cosa que hayamos vivido antes.
Para ellos, la falta de confianza comienza en ellos mismos, porque proyectando en otros las acciones que podrían salvar a muchas personas, prefieren retomar actividades que podrían ahorrarse.
Apenas ayer, en el vestíbulo de un edificio y de manera inexplicable,había una clase de bicicleta fija a todo lo que sus ejecutantes podían dar, órdenes y porras incluídas del instructor, que al menos las gritaba con un paliacate amarrado al rostro.
Pero lo mismo se puede ver en corredores, paseadores de animales de compañía, algunos clientes que regresan al espacio abierto o disponible de restaurantes y cafeterías.
El pronóstico, en estas condiciones, no es optimista. Si regresamos a semáforo en rojo, las implicaciones económicas y sociales (el regreso a las escuelas, por ejemplo) son impredecibles.
Si ya en ciertas zonas de la Ciudad, y de otras capitales del país, las imágenes de comercios cerrados nos causan una entendible zozobra, pensemos en las consecuencias de una nueva temporada de confinamiento.
Entiendo la intención de las autoridades por hacer voluntarias las medidas de salud y confiar en nuestro criterio para superar esta crisis; sin embargo, el juicio común nos está fallando y eso lo comprueban las cifras diarias.
Por eso la única manera de recuperar movilidad, mantener la salud y reducir el número de víctimas -que son vidas, no lo olvidemos nunca- es tener un acuerdo entre gobierno y ciudadanos para acatar medidas básicas que nos acompañarán durante mucho tiempo. Seguimos en estado de alerta, pero sobre todo, en momentos de jalar parejo y no estropear una recuperación urgente por el bien de todos.