Ayer hablaba de cómo el Estado cubano explota a los médicos que exporta a otros países. Decía que los objetivos del comunismo son muy loables, pero la realidad de este tipo de regímenes ha sido muy distinta. Voy a recomendar la lectura de una novela que, precisamente, trata sobre esa gran utopía del siglo XX que fue el comunismo. Me refiero a El hombre que amaba a los perros, de Leonardo Padura.
Esta joya literaria nos presenta tres historias entrelazadas de tres creyentes y víctimas del comunismo: Liev Davídovich Bronstein (mejor conocido como Trotski), su asesino, Ramón Mercader (alias Jacques Mornard), e Iván, un fracasado aspirante a escritor que vive en La Habana castrista y que, por azares del destino, acaba relacionándose con la macabra historia del asesinato de uno de los revolucionarios más importantes del siglo XX.
A los tres personajes de esta novela los une el amor por los perros, una manera alegórica de representar un mundo donde vale más un can que cualquier humano que pelea por la gran causa de la igualdad de los hombres en la Tierra.
Trotski, el bolchevique más brillante de todos, heredero natural de Lenin, cometió el grandísimo error de subestimar la habilidad política de Stalin, quien le ganó la batalla por la sucesión en la Unión Soviética. La novela comienza con un Trotski derrotado y desterrado en la fría estación de Alma Ata en Kazajistán. Luego viene el exilio por Turquía, Francia y Noruega. Siempre perseguido por Stalin, quien se encuentra obsesionado por borrarlo de la faz de la Tierra y de la historia.
En la URSS comienzan las purgas. Vienen los juicios de Moscú que aniquilaron a toda la clase política revolucionaria. Todos, absolutamente todos, fueron ejecutados para afianzar el poder absoluto de Stalin.
Liev Davídovich, el otrora poderosísimo jefe del Ejército Rojo, llega perseguido a la Ciudad de México gracias a la generosidad del presidente Lázaro Cárdenas. Sabe que los estalinistas quieren asesinarlo. Vive en una fortaleza en Coyoacán rodeado de guardaespaldas. Su vida es una miseria. Hasta la relación con sus dos amigos mexicanos, Diego Rivera y Frida Kahlo, acaba agriándose. Lo único que le queda es el amor incondicional de su esposa Natalia Sedova.
Mientras tanto, Stalin complota para asesinarlo. El vehículo que encuentra es Ramón Mercader, soldado comunista republicano que pelea en la Guerra Civil española. Su madre, un personaje siniestro, lo convence de dar todo, su vida entera, a favor de la causa comunista. La historia de Mercader es, por donde se vea, fascinante. Cómo lo adoctrinan. Cómo lo entrenan para convertirse en asesino. Cómo vive la falsedad de una personalidad encubierta. Cómo acaba clavándole a Trotski un piolet en la cabeza. Cómo lo encarcelan en Lecumberri y, cumplida su condena, regresa a un Moscú espantoso.
Finalmente está Iván. Aquí la historia es la de un joven idealista que quiere ser escritor, pero que muy pronto acaba frustrado. La vida, tremendamente, cotidiana, real, de una persona de carne y hueso que vive en el “paraíso” revolucionario donde el individuo no vale nada. Donde hay que aceptar el sacrificio total en nombre de una sociedad justa. El desenlace de Iván representa el colofón perfecto del comunismo del siglo XX: el de la gran idea utópica de justicia social convertida en realidad perversa por la maldita condición humana.
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