La pandemia de COVID-19 (coronavirus) es un territorio desconocido para todos los países del mundo. Ha provocado tanto una emergencia sanitaria mundial como una crisis económica sin precedentes y de magnitud histórica. En momentos en que el coronavirus continúa propagándose, el Banco Mundial estima que, entre 2019 y 2020, la economía mundial se contraerá en USD 4,2 billones. Esta cifra es mucho mayor que toda la economía regional de Asia meridional (que es de alrededor de USD 3,5 billones), o representa de alguna manera la eliminación de Alemania y Bélgica del mapa económico. Peor aún es que la caída desde donde esperábamos estar en 2021 si la pandemia de COVID-19 no se hubiese producido es cerca de USD 7,5 billones, cifra equivalente al 40 % de toda la economía de Estados Unidos, y mayor al PIB combinado de América Latina y el Caribe más el de Oriente Medio y Norte de África.
Si bien llama la atención la magnitud económica de la crisis, e incluso podría paralizarnos, el costo humano es una cuestión aún más apremiante. Millones de vidas en los países más pobres están al borde del abismo. La infección que enfrentan no es solo el virus, por devastador que sea, sino que también los efectos que lo acompañan: la pobreza, las carencias e, incluso, el hambre. Sin un fuerte sistema de atención de salud que frene el avance de la enfermedad —y con economías agobiadas por su deuda externa que, de repente, se ven privadas del comercio, las remesas, las inversiones y los empleos—, será únicamente a través de la solidaridad mundial a una escala sin precedentes que podremos prevenir una catástrofe humanitaria, y evitar que décadas de avances para poner fin a la pobreza extrema se diluyan frente a nuestros ojos.
El Grupo Banco Mundial se comprometió a hacer todo lo que pueda para ayudar a los países a responder a la emergencia sanitaria, contener los daños económicos de ser posible y comenzar a planificar la recuperación a largo plazo. Hemos establecido un mecanismo de financiamiento rápido para los esfuerzos de respuesta a la COVID-19, y estos ya están en marcha en más de 60 países clientes. Mediante una combinación de nuevos proyectos, la reestructuración de proyectos existentes y la aplicación de componentes de emergencia en estos últimos, y el uso de nuestros instrumentos de financiamiento para desastres, esperamos que nuestro trabajo relacionado con la COVID-19 se lleve a cabo en 100 países a fines de este mes.
Nuestra respuesta se concentra en cuatro áreas fundamentales:
En primer lugar, nos enfocamos en salvar vidas, ayudando a los países clientes a implementar operaciones sanitarias de emergencia. Esto implica fortalecer los centros de salud, garantizar que haya suficientes trabajadores de primera línea donde se necesiten y que estén bien capacitados, y ayudar a que los insumos y equipamientos médicos lleguen a destino a pesar de las mayores presiones sobre las cadenas de suministro y los flujos comerciales. Además, significa apoyar las campañas de información de salud pública, para que tengan un amplio alcance y lleguen de manera eficaz a los grupos de mayor riesgo. Y, dado que el simple lavado de manos es esencial para prevenir enfermedades y muertes, conlleva redoblar nuestros esfuerzos para ampliar la disponibilidad de servicios de agua y saneamiento. Esto incluye respaldar soluciones a corto plazo en lugares en que la infraestructura es deficiente, y que muchas veces incluye incluso hospitales en las zonas más pobres y remotas.
En segundo lugar, ayudamos a los países a proteger a los más pobres y vulnerables. Estamos ayudando a nuestros clientes a ampliar la cobertura de las redes de protección social, tanto a través de nuevos programas en respuesta a la pandemia como una ampliación a gran escala de los programas existentes, muchos de los cuales no han prestado suficientes servicios a las personas que los necesitan en la crisis actual. En África, por ejemplo, el 80 % de los trabajadores labora en el sector informal, lo que significa que no solamente sus puestos de trabajo están en riesgo, sino que no pueden acceder a la mayoría de las transferencias de efectivo tradicionales y otros programas de protección social. En África también más de 100 millones de personas están al borde de sufrir hambre de manera crónica; a nivel mundial, es probable que el número de personas que se enfrentan a una inseguridad alimentaria aguda se duplique a fines de este año. En muchos lugares, la pandemia agrava los actuales riesgos derivados del cambio climático, los conflictos y la violencia, y los Gobiernos débiles. E incluso ataques de enjambres de langostas, que están destruyendo los cultivos, amenazan la seguridad alimentaria en partes de África, la península arábiga y Asia meridional.
En tercer lugar, trabajamos para salvar los empleos y las empresas. Debido a los impactos de la crisis provocada por la COVID-19, cuatro de cada cinco personas de la fuerza laboral mundial compuesta por 3300 millones de trabajadores se ven afectadas hoy por cierres totales o parciales de los lugares de trabajo. Casi el 80 % de los trabajadores de la economía informal en el mundo —1600 millones de personas— se han enfrentado a graves obstáculos para ganarse la vida como resultado de los confinamientos de la población y del hecho de trabajar en las industrias más afectadas. Como el sector informal representa hasta el 90 % de los trabajadores en algunas economías emergentes, la pérdida de ingresos desencadenará efectos en cascada, afectando primero los hogares y luego a las comunidades y las sociedades enteras. Sin las medidas políticas adecuadas, estos trabajadores —muchos de los cuales son mujeres— tienen un riesgo más alto de caer en la pobreza y encaran mayores desafíos para recobrar sus medios de subsistencia durante la fase de recuperación. La Corporación Financiera Internacional (IFC) y el Organismo Multilateral de Garantía de Inversiones (MIGA) —las instituciones del Grupo Banco Mundial dedicadas al sector privado— están ayudando a amortiguar estos impactos, apoyando a dicho sector para que las empresas puedan seguir funcionando y se puedan mantener los empleos. También estamos trabajando para combatir las interrupciones de las cadenas de suministro, que no solo son fundamentales para la crisis sanitaria inmediata, sino que también desempeñan una función clave en la prevención del hambre y la protección de los medios de subsistencia.
En cuarto lugar, ayudamos a establecer una recuperación más resiliente. Incluso cuando ayudamos a los países a enfrentar las necesidades inmediatas, analizamos también de qué manera podemos apoyar las reformas de políticas para facilitar un crecimiento más rápido, más resiliente y más equitativo cuando la crisis sanitaria se disipe. Si los países quieren reconstruir de forma más sólida y estar mejor preparados para crisis futuras, deben empezar a pensar ahora en la recuperación,} , si bien comprendemos lo tensos que están todos debido a las batallas iniciales contra el coronavirus. Nunca ha quedado más claro, por ejemplo, que el acceso a Internet de banda ancha es ahora una infraestructura esencial en todos los países, no solo para que sigan funcionando las empresas y los Gobiernos, sino que también para garantizar que 1500 millones de estudiantes sigan aprendiendo cuando no pueden ir a la escuela. Sin embargo, ser más resilientes también significa tener claro lo que la tecnología puede y no puede hacer: muchos niños no solamente están perdiendo la interacción cara a cara con los maestros, sino que también la alimentación nutritiva que reciben en la escuela. Y, por supuesto, es importante tener en cuenta que muchos trabajos, en particular aquellos realizados por personas pobres y vulnerables, no se pueden desempeñar en línea cuando hay un confinamiento de la población.
La pandemia ya ha estancado o revertido el crecimiento en todo el mundo, y es probable que empuje a a la pobreza extrema a entre 40 millones y 60 millones de personas. Después de décadas de rápidas mejoras en la calidad de vida, el número de personas que caerá en la pobreza extrema debido a la COVID-19 será equivalente a toda la población de Colombia o Kenya, o quizás más.
Para una crisis de esta proporción, la única opción viable es una respuesta mundial coordinada, de gran magnitud y sin precedentes. El Grupo Banco Mundial está respondiendo al llamado de actuar rápida y enérgicamente. Debemos hacer todo lo posible para limitar el sufrimiento humano y ayudar a los países a regresar a la senda del crecimiento sostenible. Una acción amplia y rápida puede ayudar a asegurar que esta crisis no se convierta en una crisis de hambre, analfabetismo y malestar social. Al trabajar mancomunadamente con los Gobiernos, el sector privado, los asociados para el desarrollo y las instituciones multilaterales, en todo el espectro público y privado, estamos demostrando que podemos encarar este desafío. Y tendremos éxito solo si continuamos con esta sólida colaboración mundial.