El golpe de Estado es la peor y más repudiable acción anti-democrática y usualmente o siempre se acompaña con asesinato, típicamente del jefe de Estado y mucha violencia, buscando derrotar a las fuerzas que ganaron las elecciones para erigir gobierno.
En América Latina el desprecio de la historia se lo han llevado los golpes que erigieron dictaduras militares en Uruguay, Brasil donde inventaron nuevas formas de tortura, Argentina y Chile que registraron la muerte de miles de ciudadanos.
Dónde se dan golpes de Estado usualmente se pierde una generación de gente pensante, lo que retrasa el desarrollo y se empobrece a la sociedad económica, política y moralmente.
Si de por si es grave lo es más que el golpe se promueva justamente en la coyuntura de una pandemia porque los golpistas creen que los gobiernos están distraídos con la atención a la pandemia, o buscan debilitar al gobierno para que no pueda atender la pandemia y confían en que bajen la guardia y funcionen los avances anti democráticos. También confían en que la sociedad no se de cuenta de los esfuerzos por destruir a la democracia porque están luchando por sobrevivir.
Dos casos destacan por su gravedad: Venezuela y México.
Mientras que el mundo llama a la solidaridad e inclusive como hizo México convocan a que la atención a la salud sea sin afán de lucro, a Estados Unidos le piden que en base a criterios humanistas libere las restricciones sobre Cuba y Venezuela, pero el gobierno estadounidense decidió aprovechar la coyuntura para apoyar el golpe; así encontramos que el títere de Washington firmó un contrato por más de 200 millones de dólares con una empresa estadounidense para derrocar al gobierno venezolano. ¿Quién pagará esa cantidad? El hecho que no se haya pagado no le quita seriedad al problema. Ya se ha comparado este intento de invasión con el intento fracasado en la Bahía de Cochinos en Cuba, donde Estados Unidos fracaso para tirar al gobierno cubano. La carencia de apoyo masivo doméstico en Venezuela muestra que la vía del golpismo no es la buscada por la sociedad. Guaidó mintió respecto a su involucramiento pero fue desmentido al mostrarse su firma en el contrato. Junto a él apareció Rendón, un personaje nefasto que donó dinero para el golpe, pero que se ha involucrado en la guerra sucia que envenena las elecciones.
En México Rendón tiene ligas muy cercanas con la derecha golpista, no solamente armó la campaña de AMLO como el peligro para México, sino que se ha especializado en manejar campañas de odio en diversas elecciones, dejando a su paso resentimiento y división social y política.
La derecha ha caído de forma estrepitosa en las encuestas, ha sido repudiada por la sociedad, no solamente por su torpeza para gobernar sino por ser corrupta y estar ligada a intereses criminales y es por eso que se vuelven peligrosos, quieren tomar por la fuerza lo que no podrán lograr por la vía democrática-electoral.
Los golpistas necesitan la confluencia de varios factores: el ejército porque sin él se dificulta la destrucción del gobierno, los medios de comunicación que ayudan a esparcir la percepción de un gobierno fracasado y que Joan del Alcázar con tino denomina prensa adicta, el dinero porque esas operaciones deben ser financiadas, ya que normalmente se trata de mercenarios a los que el dinero compra su desprecio por la estabilidad y la armonía democrática.
Hasta ahora les ha funcionado la acción de los medios que parecen tener un guión para atacar sistemáticamente lo que se hace y lo que no se hace, guión compartido con los voceros y políticos de la derecha; no ha funcionado con el ejército aunque ya hubo un intento por resquebrajar la disciplina institucional en el ejército que fue contenida aunque nunca debe darse por descartada; el dinero ya asomó su primera cara, un mercachifle cuyos negocios crecieron gracias al apoyo del Estado, y que en contra de lo que los negociantes hacían en otras coyunturas dónde financiaban a las opciones electorales de la derecha, ahora llaman abiertamente a deponer al presidente.
Las garantías individuales están hechas para que dentro de la democracia la gente exprese sus preferencias políticas y sociales, pero nunca para propiciar la destrucción del sistema para imponer ideas parciales y destructivas. Los llamados a la insurrección y el golpe de Estado no están protegidos por la garantía de libertad de expresión ni pueden estarlo.
La derecha enseña que busca restaurar el modelo de privilegio e inequidad, no les interesa corregir diferencias e injusticias. Busca saciar su sed de ambición y odio y si el golpe de Estado les ayuda a avanzar no dudan en abrazarlo.