El derecho a la salud y el derecho a una economía saneada que permita una vida digna es la ecuación que ha dirigido las decisiones del Gobierno mexicano respecto a la pandemia del coronavirus, que alcanza esta semana, y quizá la siguiente, su momento más crítico con alrededor de 300 muertes al día. El difícil balance entre la enfermedad y la pobreza no es característica exclusiva de México. Todos los gobernantes se enfrentan estos días a esa circunstancia, aunque hay que admitir que las condiciones del país latinoamericano, con unos 65 millones de personas, la mitad de la población, sumidos en la pobreza le confieren un drama especial, que la epidemia va a empeorar: el organismo público que mide el desarrollo del país calcula que la penuria alcanzará a 10 millones de personas más.
Atrapado por los malos augurios que pronostican un freno a la tímida reducción de la pobreza lograda en la última década, el Gobierno se refugia en los datos diarios de la pandemia, de los que el presidente se enorgullece en sus discursos porque no alcanzan la severidad de otros países. En esta carrera por situar la pandemia entre sus logros políticos y velar con ello el desastre económico pronosticado, el Gobierno ha presentado en mitad de la semana crítica de contagios y muertes un plan inconcreto, inacabado, para ir volviendo a la vida normal en el país, después de días de autoconfinamiento en casa y la economía en estado comatoso. En este punto, no parece el mejor momento para andar con prisas.
La inmensidad geográfica mexicana presenta, es verdad, una alta disparidad en el desarrollo de la pandemia de norte a sur. Si Tijuana, Culiacán, Villahermosa o Cancún ya han dejado atrás el pico de contagios, la capital y otras regiones no han pasado aún el rubicón. En consecuencia, el presidente no debe desconocer que un discurso complaciente como el que exhibe en sus charlas matutinas llega a todos los rincones del país y en nada contribuye a incentivar la responsabilidad que los ciudadanos han manifestado frente a esta crisis vírica, la misma que reclaman a diario las autoridades sanitarias.
¿Se acabará la epidemia? No. ¿Hay riesgos de reemergencia? Sí. ¿Garantías de que no habrá nuevos brotes? No. Así de contundente se expresa el subsecretario de Salud, el hombre que dirige la lucha contra el coronavirus en México, Hugo López-Gatell. La incertidumbre escala cada día un peldaño en todo el mundo antes nuevas evidencias médicas, lo que sugiere que las prisas por reactivar la economía quizá no son las mejores consejeras. Es cierto que en algunos territorios del país hay cabida para ir desandando el camino, pero habrá que hacerlo con la misma tensión y precauciones con las que se tomaron las medidas de emergencia en su día.
El plan presentado esta semana por el Gobierno para retornar a la vida activa presenta algunos criterios, como la incidencia de la pandemia, la densidad de la población, el desahogo hospitalario y por supuesto el número de fallecidos. Pero aún no se ha aclarado en qué niveles han de estar estos parámetros ni cómo se conjugarán para ir reabriendo los espacios públicos y la actividad laboral. Tampoco se ha explicado por qué se autoriza ya la vuelta al trabajo en algunos sectores productivos y en otros, tan cruciales o más para la economía del país, no.
Quizá por ello las directrices se delegan de nuevo en la autonomía de los Estados para tomar sus decisiones, incluso la vuelta a la escuela. El Gobierno hace bien en avanzar sus trabajos para restaurar la normalidad, pero no se entienden las prisas para presentar proyectos que aún están inconclusos. Son tantas las preguntas que en las dos primeras presentaciones de la desescalada no se permitió a la prensa hacer ninguna.
Nadie tiene una bola de cristal para saber cuál es el mejor modelo para iniciar el retorno, ni en qué momento. Pero lo que no parece oportuno es asumir con una sonrisa que ya “se ve la luz al final del túnel”, como dice el presidente, cuando miles de personas viven todavía hoy en la oscuridad más profunda. Eso es así en lo sanitario. Y lo será mañana en lo económico. No hay lugar todavía para tanto optimismo