Habla en inglés con palabras que parecen caer en un tobogán resbaloso; su tez, con ese tono aceitunado tan peculiar, enmarca unos ojos vivaces mientras habla apasionadamente; su nombre, Arunachalam Muruganantham, podría ser el remate de una plegaria hindú. Se trata de un emprendedor social cuya historia ha ameritado varios documentales y una película: Pad Man, el hombre que inició una revolución en favor de la higiene femenina y del uso de toallas sanitarias, desde su natal Coimbatore, una pequeña ciudad con sabor a pueblo.
Preocupado por la salud de su esposa, Muruganantham decide incursionar en terrenos pantanosos. En la India rural, la menstruación es tabú. Las mujeres salen de sus casas para «no contaminar» durante su periodo, los maridos deben abstenerse de tocar a sus esposas pues «están sucias». En medio de remedios caseros tradicionales, muchos de los cuales ponen en peligro la salud, se presume que millones de mujeres no sólo no tienen el conocimiento para acceder a soluciones higiénicas, deben escoger entre comprar alimentos o comprar las toallas femeninas disponibles (marcas multinacionales).
Muruganantham decidió hacer una toalla sanitaria casera de bajo costo. Su tenacidad lo llevó a entender que para que un producto sea exitoso debe constituir una solución viable, donde esa viabilidad no sólo es que puedan pagarla los clientes potenciales, implica que le entiendan (qué es, cómo se usa) y que se inserte en la vida cotidiana de las personas. Sus esfuerzos reflejan lecciones para los emprendedores, sobre todo el hecho de que no basta con tener la razón en lo que quieres vender, debes estar en línea con el código cultural. Muruganantham se enfrentó con todos los rechazos imaginables. Nunca pudo hacer una investigación de mercado para preguntarles a sus usuarias qué opinaban; su método de prueba y error lo llevó a extremos que no revelaré y que sin duda muestran la pasión por abrir un camino.
A Muruganantham lo motiva no sólo el que las mujeres de su país y de cientos más (ya su iniciativa trascendió fronteras) no mueran por complicaciones derivadas de la falta de higiene, también tiene una visión social del emprendimiento. Pudiendo ganar millones de dólares, eligió repartir su invento para que las ganancias sean para pequeñas unidades productivas manejadas por mujeres, de manera que no sólo ganan al tener un producto de primera necesidad a un precio muchísimo menor que el que producen las grandes transnacionales, también les da un sentido de orgullo, pertenencia y logro en sus comunidades.
Esta semana AMLO cimbró (de nuevo) la opinión pública al mencionar que deberíamos sustituir algunos términos, que en vez de Producto Interno Bruto hay que hablar de «Bienestar»; en vez de Crecimiento, «Desarrollo», y en vez de pensar en lo material, pensar en lo espiritual. Como postulados filosóficos, sociales y religiosos, no suenan mal. Muruganantham quizá hasta le aplaudiría al Presidente, nada más que hay algo que implícitamente el indio entiende y AMLO no: hay que impulsar los ecosistemas de productividad regionales, las empresas y los empresarios son necesarios para generar empleos, pagar impuestos; sin la empresa (particularmente pymes) ninguna transformación social es viable.
Es justo decirlo también, la historia de la película Pad Man, los documentales Period. End of sentence y Menstrual Man, apuntan a que necesitamos una renovada visión social de los empresarios, algo que sin duda se ha dificultado por la intensa competencia que exige la voracidad del mundo globalizado. Mientras en las juntas de consejo se hable nada más de Ebitda sin incluir algún tipo de indicador de bienestar social, seguiremos quejándonos de líderes apoyados «inexplicablemente» por la mayoría.
Se autodefine Muruganantham como «un proveedor de soluciones». Su caso demuestra que no hay que repartir dinero, hay que sembrar empresas. Nada mal para un hombre que desde joven desertó de la escuela, que ha sido escuchado en foros internacionales, que es puesto como muestra en prestigiadas escuelas de negocios y que ha recibido la mayor condecoración cívica de manos del presidente de la India.
Su epitafio debería tener su reflexión: «la gente que hace mucho dinero termina haciendo filantropía, ¿por qué no empezar por la filantropía?».
@eduardo_caccia