Han comenzado las especulaciones de cómo será el mundo después de la pandemia del coronavirus. Creo que es muy temprano para hacerlo. De hecho, todavía no sabemos ni cómo va a terminar esta pesadilla (¿habrá un rebrote?) como para imaginar el despertar al día siguiente. Pero una cosa es clarísima: estamos viviendo tiempos inéditos que transformarán el sistema capitalista de desarrollo económico.
Estoy convencido que el capitalismo, como lo conocimos, va a cambiar. En realidad hay que expandir el foco a lo que está sucediendo en este momento con la pandemia para ver los factores de transformación del modelo económico.
Habría que empezar con la decisión de Deng Xiaoping, a finales de los años setentas del siglo pasado, de convertir la economía china al sistema capitalista. El resultado fue, a todas luces, un éxito y, en el largo plazo, cambió los equilibrios de la geopolítica mundial.
Hoy, China es la potencia emergente que está desafiando el poder de Estados Unidos, la potencia establecida. Los dos son sistemas capitalistas, el primero con gran intervención del Estado, el segundo con una larga tradición de prevalencia del mercado.
El segundo momento clave, creo, fue la caída del Muro de Berlín en 1989 y la disolución de la Unión Soviética en 1991. Ahí terminó el mundo bipolar dividido entre las economías capitalistas y las centralmente planificadas. Hoy, fuera de un puñado de casos exóticos (Cuba y Corea del Norte, por ejemplo), todos los países cuentan con un sistema de economía capitalista.
La euforia por la victoria del capitalismo, sin embargo, duró poco. Otro evento importantísimo fue la Gran Recesión internacional de 2008-2009. El sistema casi revienta si no es por que el Estado sale a salvarlo. Ahí es cuando empezamos a ver medidas de política pública que antes se consideraban como ridículas.
Doy un ejemplo. Todavía recuerdo a mi profesor de macroeconomía en la universidad diciendo que las tasas de interés no podían ser negativas porque era un absurdo que los bancos dieran dinero a la gente por contratar un préstamo. En el capitalismo, el dinero era un bien escaso que debía tener precio: las tasas de interés. Pues bien, después de la Gran Recesión vimos la colocación de deuda a tasas negativas.
Fue el caso de los gobiernos de Japón, Alemania y Francia, así como corporaciones con finanzas muy sólidas como Nestlé. Los inversionistas compraron estos instrumentos pensando que, en el futuro, los rendimientos serían aún menores de los actuales. No se equivocaron. En Dinamarca, un banco ofreció préstamos hipotecarios de diez años con una tasa de interés de menos 0.5%, una maravilla para los deudores quienes acabarán pagando menos dinero del que recibieron del banco.
Ahora vino el coronavirus que implicó un choque fortísimo desde el punto de vista de la oferta y la demanda. Por un lado, las cadenas de abasto, que hoy son globales, tuvieron una disrupción muy importante por la epidemia. Por el otro, el aislamiento obligado generó una caída brutal de la demanda de la mayoría de los bienes y servicios. El resultado será un decrecimiento del Producto Interno Bruto mundial no visto desde la Gran Depresión de los años treintas.
Una vez más, el capitalismo pasando por la sala de urgencias. De nuevo, situaciones inéditas como las que hemos visto estos días con otro producto supuestamente escaso, el petróleo, que llegó a una situación nunca vista: precios negativos. Una sobreoferta monumental de crudo: vendedores pagando dinero para que los compradores se lo lleven ya que no caben en los almacenes.
Mientras tanto, los bancos centrales en los países desarrollados están comprando todo tipo de deuda para inyectar liquidez a la economía. La Reserva Federal en Estados Unidos está gastando, cada día, 41 mil millones de dólares para adquirir bonos del gobierno estadunidense, instrumentos hipotecarios, deuda de corporaciones y de municipios. Un tsunami de billones de dólares para evitar el colapso financiero.
La pandemia del coronavirus será otro hito más que genera situaciones inéditas y respuestas heterodoxas para salvar al sistema económico capitalista. ¿Cuál será el destino final? Difícil decirlo porque estamos en pleno proceso de transformación.
Twitter: @leozuckermann