Sobre el futuro inmediato, hay alarma por el coronavirus, la reducción de actividades (cuarentena) y el precio del dólar. En el futuro cercano, vienen: la recesión, las elecciones intermedias del 2021 y la posible revocación del mandato presidencial en 2022.
Empecemos por la revocación. Es indeseable. Basta recordar la incertidumbre política y económica que originó el impeachment del presidente Nixon en los Estados Unidos, a pesar de la solidez de las instituciones autónomas. Se prolongó casi un año (1973-1974) porque Nixon se aferró al poder con toda clase de trucos.
En México, las instituciones no son tan fuertes; y ahora menos, bajo el acoso presidencial. La posibilidad de revocación es democrática, pero no la impuso la sociedad, sino Andrés Manuel López Obrador, como recurso para hacerse propaganda y reafirmarse en el poder. La oposición logró disociarla de las elecciones intermedias y posponer su entrada en vigor al año siguiente. Pero la derrota de AMLO en el futuro cercano no es probable ni deseable, porque el país no está preparado para un vacío de poder. Lo deseable y posible es que pierda el control legislativo. Nada más.
Morena vive una interminable guerra interna, que sería peor sin AMLO. Los otros partidos se han vuelto residuales. AMLO destruyó el PRD, habiendo sido su jefe, para crear el Movimiento Regeneración Nacional. Ricardo Anaya encabezó el PAN y lo destruyó para imponerse como candidato presidencial. Enrique Peña Nieto destruyó el resurgimiento del PRI que lo llevó a la presidencia, porque no hizo nada para consolidarlo ni demostró que «el PRI sí sabe gobernar». López Obrador no ha querido o podido institucionalizar Morena, su propio partido. Hasta lo ha amenazado con abandonarlo y fundar otro, como hizo con el PRD.
Las elecciones del 21 y la revocación del 22, aunque las gane AMLO, pueden dar una sorpresa: exhibir que ha caído en popularidad, y que ya no es el líder invencible al que hay que sumarse. No es lo mismo tener una aprobación de 80% que de 40%. Y no es fácil anticipar cómo tome la humillación: con furia autoritaria o decepción herida que lo lleve a dar un portazo y largarse a su rancho.
Todavía tiene cartas para ganar. La de mayor efecto sería meter a la cárcel por corrupción y abuso de poder al expresidente Peña Nieto. Le lloverían aplausos. Y, objetivamente, sería bueno para el país. Sentaría un precedente.
El coronavirus pasará en unos meses, dejando una estela de pánico y muerte. Pero el automóvil es más letal (mató a 4,227 en 2018), y no causa pánico ni se habla de eliminarlo. Las restricciones presupuestales a los servicios de salud han sido letales, pero no han hecho tanto ruido.
La incertidumbre política y económica no empezó con el virus ni pasará en unos meses. Su origen es interno (el estilo personal de gobernar de AMLO), aunque ha empeorado con la situación externa (el estilo de Trump, la pandemia del virus, las medidas insólitas de precaución, el desplome del petróleo, la recesión mundial).
Es discutible si autorizar un aeropuerto en el lago de Texcoco o una planta cervecera donde el agua escasea fue sensato. Pero es indiscutible que cancelar proyectos autorizados y en construcción es una falta de seriedad. Habla mal del país y desanima la inversión. ¿Quiénes se embarcarían en proyectos sujetos a la arbitrariedad?
El crecimiento cero en 2019 llevó a pronósticos negativos para 2020. La falta de seriedad y sensibilidad en el poder, los sermones insultantes, el desempleo, la fallida guerra de abrazos a los criminales, la inseguridad, la folclórica rifa del avión presidencial, la ignorancia desdeñosa de la realidad y la terquedad en el error fueron más que suficientes para generar desconfianza. Hoy acentuada por el virus, la contracción del comercio internacional y la devaluación del peso.
No es tan terrible que el peso haya caído. Económicamente, favorece la balanza comercial. Políticamente, recuerda el dicho de José López Portillo: «Presidente que devalúa se devalúa». Lo peligroso es el efecto en los precios al consumidor.
Para recuperar el crecimiento, no hay que olvidar los microcréditos. Producen más PIB y más empleo (por cada mil pesos invertidos) que las grandes inversiones; ya no se diga los elefantes blancos como Pémex y la refinería en Dos Bocas. Como si fuera poco, las micro inversiones se pagan solas con mayor rapidez. No en años, sino en meses.