No soy de los que descarta en automático argumentos contraintuitivos que encierran cierto escepticismo sobre la reacción mundial y de la sociedad mexicana frente al coronavirus. Sobre todo si se manifiestan con la inteligencia y perspicacia de dos comentaristas como Sergio Sarmiento hoy en Reforma y Jorge Zepeda en El País. No suscribo todos los argumentos de este último, sobre todo a propósito del paralelo 22, pero no es imposible que al final la pandemia afecte a México de manera diferente a lo que han padecido otros países. Asimismo, entiendo el entusiasmo con el que críticos del régimen de la 4T valoran la manera en la que la sociedad civil se le ha adelantado al gobierno, pero comparto algunas preocupaciones de Sarmiento sobre la propensión mexicana a irnos por la libre (albercas, gimnasios).
Pero donde no puede haber dudas es en torno al impacto económico y financiero del coronavirus ni sobre la urgencia de tomar medidas urgentes y dramáticas al respecto. Muchos ya se han pronunciado al respecto; los partidos de oposición lo harán pronto, supongo. Por lo tanto solo expondré tres tesis sencillas, evidentes y pertinentes.
Se necesita un enorme esfuerzo contracíclico en México, parecido al que han lanzando Trump, Macron, Trudeau, y hasta Piñera en Chile (casi cuatro puntos del PIB). Ese esfuerzo no se realizó durante las últimas dos recesiones —2001 y 2009—, pero ésta corre el riesgo de ser más aguda y prolongada. El esfuerzo no debe ser menor, según varios economistas, de dos y medio puntos del PIB, y de preferencia de tres puntos.
La política monetaria sola ya no alcanza. Banxico puede seguir bajando tasas —aunque la caída del tipo de cambio ya no permite un margen muy grande— pero el esfuerzo debe ser ante todo fiscal. Sin una gran inyección fiscal a la economía, las cosas se pueden descarrilar en serio.
Los recursos necesarios para un esfuerzo de dicha magnitud no pueden provenir únicamente de más recortes al gasto, ni siquiera de la posposición o cancelación de los elefantes blancos de López Obrador: Dos Bocas, Santa Lucía, Tren Maya y Tren Transístmico. Tampoco pueden nacer de nuevos impuestos, con la economía ya en picada. Debemos pasar de un superávit primario pequeño a un déficit moderado, financiado con recursos procedentes de los mercados internacionales, donde el dinero hoy es más barato que nunca, y donde el buen crédito de México se mantiene, a pesar de todo.
Salir a buscar entre 25 y 35 mil millones de dólares, para un país subendeudado, no es nada del otro mundo. Con ciertas condiciones, desde luego. Primero, gastarlos en proyectos viables y necesarios, empezando por lo sanitario. Segundo, destinarlos a actividades que generen empleo y revistan un efecto multiplicador en el crecimiento de la economía: construcción, infraestructura, seguridad. Tercero, transparencia y rendición de cuentas: nada de trampas ni maniobras, ni tengo otros datos.
Se puede discutir la secuencia. Quizás resulte preferible primero cancelar las locuras internas, cambiar de equipo, y mandar señales promercado (Texcoco, aunque no lo creo, nuevas rondas —tampoco—, o salir al exterior —menos—) y ya después acudir a los mercados de capitales. O tal vez arrancar con la búsqueda de recursos, de una vez, y poner en práctica los cambios de rumbo sobre la marcha. Pero si alguien piensa que sin un esfuerza de esta naturaleza y de estas dimensiones vamos a salir al paso de la pandemia económica, habría que preguntarle de cuál ha fumado. Ya de los efectos de salud pública del coronavirus mejor ni hablamos.