Como parte de las medidas de prevención, arbitradas por la OMS y demás organismos de seguridad y gobernanza, el enclaustre o encierro contribuye y es preciso para mitigar el contagio. A raíz de la pandemia originada por la propagación de COVID-19, ya son muchos los países que actualmente toman medidas de contención y cuarentena. En Reino Unido, según informa la BBC, el gobierno pronostica al menos 12 semanas más de restricción y aislamiento.
Paralelamente, este cese de actividades dio pie a experimentar u observar efectos positivos en el medio ambiente. En Wuhan, China, epicentro del brote, la calidad del aire mejoró visiblemente. Estos efectos fueron evidentes también en otras regiones; tal es el caso de la ciudad de Venecia, en donde se comprueban los canales más limpios.
En este sentido, la Dra. Gabriela Muñoz, investigadora del Departamento de Estudios Urbanos y del Medio Ambiente de El Colef, señala que más allá de los efectos en el medio ambiente, esta experiencia es una oportunidad para reflexionar sobre los modelos de desarrollo, de producción y la vida que hemos llevado como especie y su modelo que tiende a afectar a otros. No obstante, haciendo frente a la situación, tomando las medidas preventivas, se cuelan acciones de pánico y egoístas.
“Ir a comprar todos los insumos, todos los materiales de limpieza y acapararlos, aparte de todo, es dejar descubierta a una población. Es un asunto comunitario. Yo no me puedo encerrar en mi casa y pensar que no va a llegar (el Covid-19). Si llega y se extiende en la comunidad, tarde o temprano me va a llegar a mí y a mi familia. Es la comunidad la que tiene que estar protegida”.
La reflexión completa de la Dra. Gabriela Muñoz