Hay eventos verdaderamente inevitables, desde el arribar a una nueva forma de vida que nos obliga a respirar, hasta dejar de hacerlo antes de morir. Todos sin excepción tenemos, tendremos, viviremos con miedo. Hay eventos comunes que lo activan, la oscuridad, el aislamiento, ciertos ruidos, la asociación psíquica que nos recuerda peligros –una persona grande que nos puede violentar física, sexual o emocionalmente- la velocidad, la altura; no nos alcanza el espacio para mencionar ejemplos, porque de verdad tal sentimiento es tan humano y diverso como la alegría, la tristeza o la ira.
Tener miedo es una corroboración de que estamos vivos y lo hacemos con cierta normalidad. La ausencia de temor no es como algunos dicen una forma de valentía, por el contrario mas bien es una patología; el miedo a final de cuentas, si sabemos afrontarlo nos permite crecer, aprender y hasta vencer los peligros. En este mundo en el cual parece que los criminales -ladrones, asesinos, violadores, estafadores- van ganando terreno ¿Quién tiene mayor miedo, la víctima que sufrió un delito o el que opta por no denunciar? Hay una infinidad de peligros, imaginarios muchas veces, que nos hacen reaccionar de maneras verdaderamente ilógicas ¿A que le temen las masas condicionadas a votar por pseudo-políticos sin preparación para conducir a un pueblo?
Este diminuto virus, tiene a la humanidad en una auténtica coyuntura y es por sí mismo materia de investigación y acción, entre muchos, para los psicólogos comunitarios, quienes además de su capacidad como terapeutas -resolver los miedos de un niño maltratado- deberían proponer opciones a problemas comunes –evitar que los niños sean maltratados- a fin de apoyar las posibilidades de una sociedad más confortable, solidaria y creativa. ¿Se atreverá este profesional a enfrentar los conflictos por su interés en hacer valer las políticas públicas vinculadas con el tema? ¿Quién afrontará el temor que están viviendo los jubilados? ¿Les abruma solo el miedo a morir o a seguir viviendo con carencias? ¿Le teme el propio psicólogo comunitario a sucumbir, como les ocurre a muchos funcionarios, a las lisonjas, adulaciones, zalamería o en caso contrario a la crítica y el menosprecio? Ellos al igual que muchos líderes sociales deberían saber que “tener miedo es de prudentes, saberlo vencer es de valientes” Quizá algunos caudillos políticos lo estén aprendiendo, sobre todo cuando observan –si es que lo hacen y no lo descalifican como ataques a su persona- que en medio del peligro real, hay muchos creativos que cantan, dan mensajes solidarios, comparten lo que están aprehendiendo y demuestran que somos capaces no solo de vivir sino de hacerlo con más sentido que el que hasta hoy le hemos dado a la vida. ¿Se han dado cuenta estas personas felices la profundidad de lo dicho por Aristóteles? “El que ha superado sus miedos será verdaderamente libre.”
Aquellos muy ricos, que están donando millones a su visión del derrotero para superar la crisis, deberán auto-analizar, si lo hacen por mera culpa o porque realmente les interesa que el sistema económico mundial no se colapse ¿Se les ha ocurrido que esta pandemia es la oportunidad en el capitalismo salvaje para que la ausencia de equidad esté a un paso de cambiarse? Desde el siglo II, aprovechando la credulidad de los cristianos se impuso una doctrina con visión dualista: el bien y el mal, la luz y la oscuridad, el poder y el sometimiento. Este maniqueísmo es ejercido en pleno siglo XXI, por quienes no asumen el análisis y la racionalidad. Tal maniqueísmo aplicado en lo económico, es el que sostiene la pobreza. ¿Resolverán los multimillonarios el miedo producido por el coronavirus? ¿Lo harán mediante un nuevo negocio de fármacos o renunciando a su pensamiento arbitrario, prejuicioso, manipulador y excluyente?[1] A estas alturas del año es difícil discernir cual es el mayor temor de Donald Trump ¿perder la reelección, el quiebre de sus empresas hoteleras y turísticas o la vida de los estadounidenses? Y como en el ejemplo podemos hacer un ejercicio similar respecto de los mandatarios centroamericanos, de cualquiera en otro punto del planeta y hasta los muy devotos que se supone juraron alguna constitución cuya laicidad y separación de estado iglesia está vigente. Y es que como decían mis abuelos “el miedo no anda en burro”, sobre todo el de aquellos que intentan justificar su inoperancia mirando siempre al pasado, sin percatarse que su fatal destino es ponerse, más temprano que tarde, en evidencia, al mostrar a sus seguidores que por no saber sumar, solo restan.
Por el coronavirus hemos visto de todo: policías prepotentes y peligrosos porque también tienen miedo; jóvenes imprudentes que han vivido dispuestos a dejarse engañar, criminales que no dan tregua y asaltan -tiendas de autoservicio, propiedades particulares, hospitales[2] transeúntes y vehículos- matan y lo hacen como una forma de hacernos creer que no tienen miedo; pero contra estos cobardes estamos todos, los auténticos representantes de la seguridad, los médicos, enfermeras, dependientes, pequeños empresarios y en general humanos que se la juegan del lado de la ley, pensando alternativas, sin caer en los extremos, evitando la discriminación y el juicio sin bases, respetando a los adversarios sin considerarlos enemigos a muerte, como pudiera ser ese pequeño virus. ¿Es tiempo de indagar si alguien tuvo la perversidad de crearlo? ¿Tenemos la altura de miras para agradecer a la naturaleza lo que está haciendo por el planeta ahora que fuimos obligados a recluirnos? El repentino abandono del orgullo ateo que distinguía a muchos ¿es una auténtica conversión espiritual que trocó su orgullo en humildad o es miedo al miedo?
[1] Fausto Cantú Peña. Economista mexicano, presidente de la Academia de Planeación de la Sociedad mexicana de geografía y estadística
[2] Como sigue ocurriendo en Querétaro contra el hospital propiedad del IAINQ, si que lleguemos a imaginar quien en esta crisis le compara, cables, aluminio o vidrios antiguos.