Hugo López-Gatell, subsecretario de Salud, no da señales de que en una década haya aprendido nada. Una parte de la crisis del AH1N1 en 2009 puede atribuírsele a él, quien como director general de Epidemiología de la Secretaría de Salud, no reaccionó con la velocidad que requería un brote de neumonía atípica durante marzo y principios de abril de ese año. Tampoco fue lo suficientemente capaz para aportar información correcta al entonces subsecretario, Mauricio Hernández, que estaba proporcionando información errónea al presidente Felipe Calderón, mezclando casos confirmados con casos por confirmar, por lo que estaba tomando decisiones equívocas. La alerta tardía sobre aquel brote epidemiológico obligó a Calderón a pedirle al secretario de Salud, José Ángel Córdova, que lo cesara. El gobierno decretó la alerta el 23 de abril y las medidas que se tuvieron que tomar para contener la pandemia fueron draconianas. A López-Gatell no lo despidieron, pero lo relegaron a responsabilidades menores.
Hoy, López-Gatell, el funcionario de Salud de mayor confianza del presidente Andrés Manuel López Obrador, lo está encausando a tomar decisiones tardías y erráticas, que ponen en alto riesgo al país, al mal informarlo y al desinformar a la nación durante sus conferencias de prensa para reportar el estado de la epidemia del coronavirus en el país. La información es crucial para la toma de decisiones correcta, así como también la reacción veloz que se requiere para contenerla. Pero como no lo hizo en 2009, tampoco en la actualidad. Los primeros 12 casos confirmados de coronavirus fueron dados a conocer el miércoles 11 marzo en la noche, pero desde hacía dos semanas, ya había recibido información de varios estados de una docena de casos de neumonía atípica. Así como ignoró los reportes hace 10 años, lo hizo en esta ocasión. Avisos, sí ha tenido.
El 27 de febrero, la Organización Mundial de la Salud y la Organización Mundial de Turismo dieron a conocer una declaración conjunta donde decían que “no” recomendaban imponer ninguna restricción a los viajes o al comercio, pero instaban a garantizar las medidas sanitarias para evitar la propagación del virus. Desde el 16 de febrero, la OMS publicó un memorando de 10 páginas sobre la gestión de los viajeros enfermos en aeropuertos, puertos y pasos fronterizos terrestres, donde urgía establecer medidas de contingencia al haberse propagado el coronavirus a través de varias fronteras, mediante la detención de viajeros enfermos, la notificación de alertas, aislamiento de sospechosos, y asignar una “cantidad adecuada” de personal capacitado, de acuerdo con el volumen y la frecuencia de los viajeros y la complejidad de entrada. Igualmente, proponía un “distanciamiento social”, que significaba mantenerse en todo momento a más de un metro de distancia con los viajeros.
¿Qué hizo López-Gatell? No se han establecido hasta ahora esas medidas de contingencia. Para él todavía no es necesario mantenerse a distancia, sin abrazar ni besar, porque hasta ahora los contagios son importados, soslayando el brinco de cero a 12 contagios en menos de 24 horas. Peor aún fue lo que dijo el Presidente el pasado 4 de marzo. “Lo del coronavirus y eso de que uno no se puede abrazar… hay que abrazarse, no pasa nada”, dijo. Si alguien sólo lo escuchó, no hay duda de que se alarmó. ¿Por qué habla tan a la ligera? Si lo vio, pudo apreciar que el abrazo que propuso es el estilo donde uno se abraza a sí mismo, mirando a su interlocutor, lo que es diferente. Pero en la continuidad de contradicciones, en la mañanera de ayer, López-Gatell dijo que el Presidente es una persona muy querida y le gusta abrazar y que lo abrace la gente. Es una irresponsabilidad, de ambos. ¿Se habrán dado cuenta el impacto político y económico que tendría que el Presidente fuera puesto en cuarentena por estar infectado?
El Presidente tendría que estar protegido de infección. En 2009 se estableció un protocolo de emergencia para los funcionarios del gobierno con funciones estratégicas, y los aislaron junto con su entorno –como lo están haciendo los líderes del mundo–, para evitar que se contagiaran. Incluso, la Policía Federal sacrificó –nunca se dijo– a miles de pollos que eran potenciales transmisores del virus. Hoy existe mucha frivolidad por como manejan la pandemia, y contra lo que hacen todas las naciones en el mundo, minimizándola.
En una entrevista el miércoles con Denise Maerker, López-Gatell dijo que empezarían a “tamizar” (elegir) pasajeros en los aeropuertos. No va a ser tarde, sino tardísimo. Por ejemplo, el reciente vuelo que llegó a México procedente de Roma –capital del país que tiene todo cerrado salvo farmacias y supermercados–, se revisó a dos pasajeros con fiebre, pero no se hizo nada con el resto del pasaje. ¿Cómo sabe que no había nadie infectado en el avión si ingresaron al país sin que nadie siquiera hiciera una inspección ocular, como sugiere la OMS?
El subsecretario dijo que no se suspenderán o disminuirán vuelos, porque “no hay demostración científica de que estas medidas extremas pudieran ayudar a disminuir el riesgo de transmisión”. En cambio, en todo el mundo se han cancelado o reducido los vuelos de y hacia sus países, porque son vehículos donde viaja el virus. Los primeros 12 casos mexicanos, contagiados en Italia y España llegaron en avión. La falta de control en los aeropuertos y puertos fronterizos favorece el contagio. Cuando se decretó la pandemia del AH1N1 en 2009, el gobierno mexicano instaló de inmediato retenes con detectores de temperatura en los aeropuertos. Al decretarse la pandemia del coronavirus esta semana, no se tomó ninguna medida extraordinaria.
López-Gatell está incurriendo en los mismos errores en los que cayó en 2009. La diferencia es que ahora no hay nadie que lo corrija. Sólo tiene quien le aplaude, que no está viendo lo que se avecina.