Ayer, el Inegi publicó los números revisados del crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) de 2019: fue de -0.1%. Se confirma el estancamiento de la economía mexicana durante el primer año del gobierno de López Obrador.
De los tres sectores económicos, al primario es al que le fue mejor, es decir, agricultura, cría y explotación de animales, aprovechamiento forestal, pesca y caza, con un crecimiento anual de 1.9 por ciento. Luego, el sector servicios, que creció poco: 0.4 por ciento. La gran caída la tuvo la industria, con un -1.8 por ciento. Dentro de este sector destacan derrumbes monumentales en dos actividades: -6.7% en la minería petrolera y -5.0% en la construcción.
2019 fue, sin duda, un mal año desde el punto de vista económico. La gran pregunta es si 2020 será mejor. Los pronósticos de los expertos indican un crecimiento del PIB para este año de uno por ciento. Hace poco escuché a un economista que respeto mucho dar los argumentos de por qué el uno por ciento. Uno de los factores en su modelo era que este año es bisiesto y ese día extra generaría un mayor PIB. Ya cuando los economistas buscan estos argumentos para justificar sus pronósticos es que estamos metidos en un brete. Con todo, la perspectiva de 1% de crecimiento es mejor que -0.1% del año pasado. Vamos a ver si se hace realidad este pronóstico que depende de muchos factores.
A este país, y sobre todo al gobierno, le urge retomar su crecimiento económico. El año pasado, a pesar del estancamiento, se pudo mantener el equilibrio en las finanzas públicas. Para tal efecto, se utilizaron fondos, como el de la estabilización económica. Este año, de persistir la atonía económica, se caerá la recaudación de impuestos y el gobierno comenzará a tener problemas para financiar sus grandes programas sociales y de infraestructura.
2020 es la última llamada de este sexenio para entregar buenas cuentas económicas. Urge que los empresarios mexicanos recuperen la confianza para invertir en nuestro país. No está fácil porque siguen dubitativos sobre el gobierno de López Obrador. Resultará muy importante el anuncio sobre proyectos de infraestructura energética que, supuestamente, se anunciarían este mes de febrero. Poco contribuirá a recuperar la confianza empresarial si, como ha dicho el Presidente, no se reanudarán las licitaciones de las rondas petroleras ni la asociación de Pemex con empresas privadas, sino que el Estado trabajará con las corporaciones por medio de contratos de servicios.
En 2020 todavía hay condiciones para recuperar el crecimiento, a menos que el coronavirus, efectivamente, se convierta en una pandemia mundial que afecte a todas las economías, incluyendo a la mexicana. 2021, en cambio, no se ve bien. Nuestro principal socio comercial, Estados Unidos, lleva más de diez años creciendo. La reforma fiscal de Trump le dio gasolina para seguir por la senda del crecimiento durante un buen rato. Sin embargo, la economía estadunidense ya muestra signos de desgaste. Podría haber una recesión en ese país en 2021. Una vez más, la curva de rendimientos de los bonos del tesoro ya se invirtió. Los bonos de largo plazo están pagando menos intereses que los de corto plazo y este indicador es uno de los mejores para predecir una posible recesión en nuestro vecino del norte. Las probabilidades de que, efectivamente, Estados Unidos caiga en una recesión en 2021 vienen subiendo en la encuesta de la National Association for Business Economics. En la de febrero alcanzó un 37 por ciento.
En México, además, 2021 será un año electoral. Gobierno y partidos políticos estarán más concentrados en mantener o acrecentar su poder. Poco espacio habrá para sacar políticas públicas dirigidas a incrementar el crecimiento económico.
Pero, lo más importante, es qué carta le quedará al gobierno de López Obrador para, finalmente, convencer a los empresarios mexicanos de que inviertan su dinero en México. ¿Cuál será la nueva narrativa? Porque la actual, hasta el día de hoy, no ha convencido a los capitalistas.
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