Conforme pasan los meses y se agudiza el fenómeno de tijeras en la sociedad mexicana, proliferan las preguntas sobre el porqué de tan extraño comportamiento. ¿A qué me refiero? A un par de hechos muy sencillos y reseñados con gran elocuencia y frecuencia por muchos analistas y comentaristas.
López Obrador se mantiene arriba en las encuestas de aprobación personal, de calificación, incluso en algunos casos, de gestión de su gobierno. Al mismo tiempo, los resultados de su gestión —los datos duros de desempeño— son cada vez peores. La curva se va abriendo cada vez más entre los malos resultados de la realidad y los buenos resultados de las encuestas. Parece incomprensible, por más que uno busque del lado de las encuestas, por ejemplo, una creciente reprobación del desempeño gubernamental en áreas específicas: seguridad, salud, combate a la corrupción, combate a la pobreza, etc.
Muchos colegas tienden a buscar del lado de López Obrador las explicaciones. Descubren o subrayan sus dotes de comunicador; su habilidad para conectar con amplios sectores de la sociedad mexicana; su dominio de los medios de comunicación a través de la mañanera; la publicidad gubernamental (o la falta de la misma) y la sumisión de los dueños de los medios; la ausencia de cualquier oposición; los buenos resultados en algunos aspectos de la gestión gubernamental. Sin discutir estos razonamientos, me pregunto si no convendría buscar la explicación del lado de la sociedad mexicana y no del lado de López Obrador.
Tal vez el enigma se encuentre en las necesidades, los anhelos y los fantasmas de esa sociedad mexicana y no tanto en lo que haga o no haga AMLO. Es cierto que en otras sociedades —Estados Unidos, Brasil, Filipinas, Hungría, a su manera el Reino Unido— se han producido fenómenos que podrían parecer semejantes: líderes populistas con una conexión demagógica pero real con las masas, donde los resultados no necesariamente coinciden con los decibeles de aplauso. Pero México podría ser un caso diferente.
¿Qué hay en la sociedad mexicana que permite la emergencia de alguien como López Obrador? ¿Cómo se ha ido transformando esa sociedad que acepta de buena gana, incluso con entusiasmo, un desempeño gubernamental tan mediocre, si no es que francamente deleznable? ¿Qué tan necesitada está esa sociedad de algún tipo de esperanza, por falsa que sea, de algún tipo de interlocución con el otro, o si se quiere, el famoso “respeto”, que está dispuesta a tolerar ridiculeces, imbecilidades, mentiras y decepciones, sin cobrarle la factura al autor de todas éstas? Me parece que los encuestadores, los analistas políticos, los economistas y los sociólogos tienen mucho menos que decirnos sobre todo esto, que los novelistas y los antropólogos, que siempre entienden mejor a sus sociedades que todos los expertos habidos y por haber.