Se supone que hoy miércoles el presidente López Obrador recibirá a merendar (como decía mi abuelita) a un grupo importante de empresarios en Palacio Nacional. Algunas versiones hablan del Consejo Asesor Empresarial; otras mencionan un conjunto más nutrido. Todas concuerdan que el tema será la famosa no-rifa del no-avión y de quién comprará los no-cachitos del no-sorteo de la Lotería.
El encuentro podría ser una magnifica oportunidad para que por lo menos un magnate mexicano le diga por fin que no a López Obrador, en privado pero también en público, como lo insinúa Leo Zuckermann en su columna. Por una sencilla razón: se trata de un sablazo a la mexicana, shake-down en inglés, o vil extorsión en el odioso lenguaje leguleyo de los abogados.
Se entiende que AMLO busque distraer con la tontería del avión presidencial. Es lógico también que nadie piense que vale realmente la pena subrayar la multitud de errores que encierra esta tragicomedia nacional en particular. Fue un error no usar la flotilla de aviones del EMP, incluyendo el TP-01, aunque a la gente le guste. La gente se equivoca, como hemos comprobado en numerosos países a lo largo del último par de siglos. Fue un error tratar de venderlo; fue un error intentar enajenarlo vía una rifa, y es un peor error engañar a la gente que comprará boletos del sorteo pensando que se puede ganar un avión. Finalmente, todo eso, ¿qué importa?
Pero como AMLO y su gente saben que las cuentas no cuadran —no hay manera de vender “espontáneamente” más de 300 000 cachitos— se han visto obligados a transformar el sorteo en una colecta forzada. No faltará quien en algún momento equipare la compra de boletos con los donativos de campesinos y señoras alhajadas al fondo de Lázaro Cárdenas para pagarle a las compañías petroleras. Toda la burocracia federal y en los estados de Morena se verá instada o francamente obligada a comprar boletos. Igual no alcanza.
De allí el sablazo a los empresarios, que se parece como dos gotas de agua al de Carlos Salinas en 1993, a favor de la campaña presidencial del PRI, el famoso pase de charola encomendado a Antonio Ortiz Mena. En aquella ocasión surgieron múltiples rumores de quienes se negaron a apoquinar los 25 millones de dólares exigidos. Nunca se supo con certeza quién sí, y quién no. Pero ha transcurrido más de un cuarto de siglo.
¿No habrá, en la merienda de tamales, un empresario mexicano que se niegue a aportar, y que lo diga? ¿Es a tal punto sólida la convicción del CCE y del CMN de que hay que evitar a toda costa cualquier enfrentamiento con López Obrador que nadie se atreverá a negarse a la extorsión, y a proclamarlo? Sin excesos, sin aspavientos, sin estridencia: solo salir de Palacio, convocar a la prensa y responder así a la pregunta inevitable de “¿Qué pasó?”: “Nos pidieron una contribución a la compra de los boletos de la rifa; yo dije que no”. ¿Ni uno?