Para mi amada esposa, Betsahira
El nivel más elemental para que comprendamos el significado de la palabra tolerancia, consiste básicamente en definirla como “el aceptar pacíficamente lo que es diferente, diverso”. Entender que tu raza (es decir, prácticamente tus niveles de melanina en la piel) es en realidad intrascendente en relación con el contenido de tu carácter, de tus estructuras morales y la solidez ética de tus ideas y, sobre todo, de tus acciones. Lo mismo, a groso modo, sucede en relación con tu nacionalidad, tu estatura o la constitución biológica de tus genitales, por citar algunos otros ejemplos.
La tolerancia en este primer plano resulta ser una virtud absoluta, sin lugar a dudas. El que bajo esta misma definición es intolerante, resulta ser un malévolo supremacista racial (racista), sexual (machista o hembrista), nacionalista o de cualquier otra índole.
Es decir, la célebre y contundente frase del reverendo Martin Luther King Junior, resume magistralmente lo que aquí intento exponer: “Espero que llegue el día en el que no se le juzgue a la gente por el color de su piel, sino por el contenido de su carácter”.
Son entonces estas características (el color de tu piel, tus genitales, etc.), aspectos enteramente amorales (es decir, no son ni buenos ni malos). ¿Y por qué mi estatura es algo amoral? Porque es algo en lo que la voluntad humana (en especial mis propias decisiones personales basadas en la libertad ontológica o el inalienable libre albedrío que poseo como individuo) no juega un papel relevante. Es decir, por la misma razón que una piedra no es condecorada si por accidente cae en la cabeza de un dictador genocida y acaba con su vida, ni tampoco es repudiada ni sometida a proceso legal si cae en la de un santo o de un deslumbrante genio. ¿Por qué? Pues porque lo hizo “sin querer”, ya que las piedras, evidentemente, no poseen voluntad propia.
El segundo nivel de la tolerancia es mucho más complicado: “aceptar (tolerar) lo que es malo, pero sin tener que negar que lo es”. Es decir: respeto (por poner un ejemplo) tu derecho a suicidarte, pero eso no significa que no condene el suicidio como un acto atroz y maligno, pues el que seas responsable de tu propia vida (y que, con base en ello, hayas decidido acabar con ella), no necesariamente significa que me vaya a convertir en un apologista del “homicidio doloso auto infligido”. Es decir: reconozco tu libertad y tus derechos inalienables para actuar de tal o cual manera, pero ello no implica que me convertiré en tu porrista o tu fan cuando decidas utilizar estúpida y libertinamente dichos privilegios que te definen como un individuo libre y soberano de sí mismo.
A pesar de lo claro que lo anterior nos resulta a muchos de nosotros, la tolerancia quiere con gran frecuencia ser impulsada por ideólogos perversos que confunden a conveniencia ambos conceptos. Aquellos que promueven una agenda personal o colectiva que intenta, paradójicamente, imponer INTOLERANTEMENTE su ideología personal en los demás, proyectando en mí su propia y malévola intolerancia. Ejemplo: “si no aplaudes mi suicidio y lo consideras como un acto tan moral como lo hubiera sido el seguir viviendo, entonces eres un fascista INTOLERANTE”. Así que ahora resulta que si un hombre está deprimido, me debe dar lo mismo que se haga “un peinado a la Hemingway” (es decir, que se vuele los sesos) o que tenga el heroico valor de ir a terapia psiquiátrica, psicológica o a misa o a donde se le dé la gana, con tal de intentar seguir luchando para superar los enormes y asfixiantes retos que el destino ha decidido cruelmente descargar sobre sus afligidas espaldas.
No.
Parafraseando al buen Voltaire: afirmo de manera contundente que daría mi vida por defender tu derecho a suicidarte, pero ello no significa que no esté completamente en contra de lo que piensas, de lo que dices y de lo que haces o, peor aún, que en nombre de una supuesta “tolerancia”, se me intente privar de mi libertad de expresar mi rotundo desacuerdo hacia tus ideas, palabras y acciones.
Sólo una mente y un espíritu simultáneamente liberal y, a su vez, moral (y en consecuencia enemigo del irracional relativismo posmoderno), es capaz de evitar caer en las trampas que conlleva una mala y/o malintencionada interpretación de un concepto tan complejo y tan frecuentemente adulterado como lo es la tolerancia.