Lo dicho: el Presidente es un genio comunicativo. Tiene una capacidad inigualable para cambiar los temas de la agenda pública, de tal suerte que no se hable de los que perjudican a su gobierno.
Los malos resultados en seguridad y economía, los múltiples errores gubernamentales, se mandan a la cola de la agenda informativa cuando el Presidente propone rifar el avión presidencial. ¿Cómo no sucumbir frente a un bombón mediático como éste? Hasta la prensa internacional lo reporta. Andrés Manuel López Obrador es un geniazo comunicativo como nunca habíamos tenido en la historia contemporánea de nuestro país.
¡Cómo le ha sacado Andrés Manuel jugo al tema del avión presidencial! La aeronave se ha convertido en una de las piezas propagandísticas más rentables de la historia mundial. Y sigue dando dividendos, ahora con la propuesta de rifarlo. Una idea tan descabellada como genial. Otra vez el Presidente ha levantando una cortina de humo (en este caso de turbosina) para que no se vean los problemas de su administración.
Le funciona: todo México está hablando de este supuesto disparate. Y digo “supuesto” porque la propuesta, bien implementada, podría ser buena. Explico por qué.
El gobierno no ha podido vender el Dreamliner TP-01 (Transporte presidencial número uno) de la Fuerza Aérea. De entrada, por su configuración interna, no hay muchos posibles compradores. Pero, además, el gobierno tiene un avalúo de la Organización de las Naciones Unidas de 130 millones de dólares. Es a lo que lo quieren vender. Y como no se ha vendido, pues cualquier estudiante de primer año de economía diría, con razón, que aquí hay un problema de precio: está caro y, por lo tanto, no atrae compradores.
Si el Presidente lo quisiera vender rápido, sería tan sencillo como bajarle el precio. El viernes informó que había un comprador dispuesto a llevárselo por 125 millones de dólares. Pero no: él está empeñado en los 130 millones de la ONU. Piensa, supongo, que bajarlo le haría “perder cara” frente a la ciudadanía. Está buscando, entonces, otras alternativas para deshacerse de la aeronave. Una: el intercambio del avión por equipos médicos para hospitales públicos por un valor de 130 millones. Dos: venta a una sociedad de empresas nacionales en 12 partes de a once millones cada una. Tres: renta por hora operado por la Fuerza Aérea. Cuatro: la famosa rifa.
En este caso, la Lotería Nacional vendería seis millones de cachitos de a quinientos pesos cada uno. A 19 pesos por dólar, se recaudarían alrededor de 158 millones de dólares. El ganador se llevaría el TP-01 más uno o dos años de servicio de operación.
De esta forma, el gobierno recaudaría el dinero suficiente para pagar el arrendamiento que tiene Banobras con Boeing y la propiedad pasaría al ganador de la rifa. La pregunta es, ¿qué haría el agraciado con dicho activo?. Pues muy sencillo: venderlo. Según Andrés Manuel ya había alguien dispuesto a llevárselo por 125 millones de dólares.
El ganador, después de darse el lujo de viajar como pachá por un año, podría pedirle a una casa subastadora, de esas que venden cualquier artículo de lujo (Christie’s o Sotheby’s), que vendiera el avión.
Podría ser en una subasta pública o privada en reversa, es decir, comenzar en 130 millones e irlo bajando de millón en millón (129, 128, 127, etcétera) hasta encontrar al mejor postor. Si es cierto, como dice el Presidente, que hay un posible comprador a 125, estoy seguro que, después de pagar comisiones, el ganador podría quedarse con unos 100 millones de dólares. Nada mal por un cachito que le costó 500 pesos.
Pero aquí viene el problema. Como el presidente López Obrador no cree en las reglas económicas, el viernes también dijo que habría que definir “algunas reglas como condición, porque aunque alguien se saque el avión, sería muy lamentable que lo malbaratara. Como norma le tendríamos que poner que si lo vende, que cuando menos sea a precio de avalúo, por el mismo pues, pero es que estamos hablando de un avión”.
O sea, el ganador tendría que venderlo a 130 millones. ¡Pero si no sale a ese precio! Con las condiciones que está poniendo el Presidente no sería un premio sino la mera transferencia de un dolor de cabeza del gobierno a un privado.
Si de verdad López Obrador quisiera deshacerse del TP-01 con una rifa, tendría que respetar los derechos de propiedad del ganador, de tal suerte que esta persona pudiera hacer lo que quisiera con su nuevo avión. Si quiere malbaratarlo o convertirlo en su casa de campo, muy su problema.
La rifa no es una opción real si el Presidente la condiciona a normas imposibles de cumplir. Suena, por tanto, a otra ocurrencia más. Una nueva cortina de humo para distraer la atención nacional.
El genio y figura de Andrés Manuel que lo será hasta la sepultura.
Twitter: @leozuckermann