En el contexto de la intoxicación de festividades originadas en: la ONU, sus diversas agencias y organismos, los gobiernos de los casi 200 países en los que se ha organizado el planeta, la propias de las costumbres –religiosas, históricas y sociales- y hasta las familiares; el fin de año casi siempre impone un ejercicio de recuento. ¿Qué fue lo malo, del año viejo? ¿Vale la pena recordar las bondades que este periodo de 365 días nos ha dejado?
En los países del hemisferio norte, el frío favorece emociones de tristeza, los enfermos parecen agravarse, la partida de quienes ya completaron su ciclo, suele doler más que si fuera primavera o verano y como si se tratara de un hecho cargado de cierta magia se espera al nuevo año, con el deseo de que disminuyan calamidades, -homicidios dolosos, secuestros, violaciones, robos- las acciones rijosas, los actos irreparables producto de la irresponsabilidad, la carencia de conocimiento en lo que se hace y hasta la intención de sacar provecho en lugar de servir. Los adivinos hacen su agosto en el periodo diciembre/enero con afirmaciones de anhelos que la gente espera se vuelvan realidad y, al igual que ocurre en el otro hemisferio donde las inundaciones y el fuego siguen poniendo su granito de arena para la destrucción de la tierra, la pólvora se convierte en luces de colores en una frenética competencia para ver quien logra mejores y mayores colores en la noche del año que cambia.
No puedo discernir si los recuentos de los medios –sobre todo la televisión- tienen que ver con un ejercicio evaluatorio o la falta de creatividad de quienes se quedan como sustitutos de los productores y directores en época de vacaciones; sin embargo algunas cifras verdaderamente asustan y hasta deprimen y un algo cuasi infantil en lo mas recóndito del subconsciente, me hace anhelar que los tales datos no sean exactos. ¿Por qué ahora nadie cuestiona los resultados de las empresas encuestadoras? ¿Cómo puede la ciudadanía saber si los datos comunes o los “otros” son los mejores? Verdad o mentira, esa es una cuestión tan profunda como el ser o no ser; guerra o paz es el anhelo que cuando menos cada 12 meses se actualiza en millones de seres humanos sin importar las diferencias personales y sociales; así como vivir las satisfacciones necesarias para hacer de cada existir una experiencia que valga la pena trascender.
No queda muy claro el entender que significa para un campesino indígena de Chiapas las cifras de miles de averiguaciones penales iniciadas por los distintos delitos que jurídicamente se han actualizado. Tampoco son muchos los que pueden dimensionar las ventajas de los miles de millones de pesos congelados en cuentas bancarias por la sospecha de manejos indebidos que pueden convertirse en delitos. ¿Los bancos que hacen con esos fondos? ¿Los reflejan en sus estados financieros? ¿Les estorban como piedra que bloquea el sendero hacia el éxito?
Por lo pronto México termina el año con delicados problemas con un país sudamericano, al cual le ha resultado muy difícil comprender temas delicados como el derecho de asilo, la importancia de reconocimientos internacionales que se han hecho a diplomáticos de nuestro país -uno de ellos incluso con el premio Nobel de la paz- y la gravedad de permitir –aunque sea en el nivel de la sospecha- posibles intervenciones de potencias interesadas en vencer por el diabólico supuesto de la división. ¿A quien conviene deteriorar la imagen de nuestro secretario de relaciones exteriores? ¿Por qué los conflictos delicados tienen que reventar “entre mujeres”? ¿Qué esperemos para difundir la actualización de la importancia de diplomáticos mexicanos que fueron factor fundamental para la paz y sobre-vivencia de seres humanos, durante la segunda guerra o en conflictos internos por la acciones de gobernantes autoritarios o no muy capacitados para el ejercicio de su función?
Mi abuela decía “piensa mal y acertarás” y somos algunos los que imaginamos ausencia de sinceridad en los “reconocimientos” sin mucho contexto a las actividades de nuestros funcionarios gubernamentales vinculados con la migración, los derechos humanos y hasta la seguridad de poblaciones que en buen número -al igual de unos mormones lastimosamente agredidos- viven con la legitimidad de doble nacionalidad y por ende con obligaciones también duplicadas para los dos países que les han aceptado. ¿Qué se está haciendo comercial y diplomáticamente para aumentar los márgenes de respeto que nos merecemos todos los mexicanos? ¿Por qué solo se nos menciona en los Estados Unidos por temas migratorios, infracciones y violaciones y se dice menos acerca de los mexicanos sobresalientes? ¿Debe ser parte de la agenda de nuestros diplomáticos el considerar el interés de potencias mundiales en países sudamericanos y centroamericanos?
México, cuenta con organizaciones académicas y profesionales expertas en materia de derecho internacional ¿Se les ha consultado en este tema con Bolivia? ¿Por qué se confunde la prudencia y respeto a la ley con cobardía y todos los epítetos que un ciudadano de ese país ha difundido en contra de nuestro presidente? Además de los recuentos, es la época de los buenos deseos, Seria deseable que todos hagamos el propósito de sentirnos orgullosos de ser mexicanos, expresándolos en un amor que vaya mas allá de lo declarativo. Amar a nuestro país, significa buscar alternativas independientemente de que, quien dispone programas y proyectos trate de excluirnos o extinguirnos.