A la clase política mexicana y quizás a la sociedad mexicana en su conjunto, los temas de procedimiento, siempre son más interesantes y accesibles que los de sustancia. Parte de esto se debe al leguleyismo mexicano ya clásico, parte a la opción de confrontarse sobre temas secundarios y no esenciales, y parte porque es mucho más fácil entender temas de método que de fondo.
Un magnífico ejemplo de esto se nos presenta con la cínica, desfachatada e inaceptable imposición de Rosario Piedra Ibarra como presidenta de la CNDH por la aplanadora de Morena en el Senado. No creo que alguien pueda dudar del fraude electoral —parecido al de 1988 en México, al de Bolivia en 2019, y al que López Obrador dice que sucedió en México en el 2006— para elegir a Piedra. Simplemente las cuentas no salen.
Pero en realidad eso es lo de menos. Ella no debe ser presidenta de la CNDH, no por que su elección fue ilegal o manipulada o simplemente falsa. No debe ser presidenta de la CNDH porque no tiene las credenciales para serlo.
La primera objeción a su ocupación del cargo ha sido subrayada por muchos y es evidente. No solo es cercana a López Obrador y a Morena. Fue la secretaria de Derechos Humanos de Morena hasta hace poco. Y fue candidata de Morena a la cámara de Diputados el año pasado. Una cosa es que ni la ley —sólo las reglas de procedimiento de la CNDH— prohíban que alguien que pertenece o perteneció recientemente a un partido político pueda pertenecer a ese cargo. La moral, la eficacia, la sensatez, obviamente se contraponen con la designación de una funcionaria partidista para ocupar dicha presidencia. Ya hubiera querido ver si con Fox o Calderón, o Zedillo y Peña Nieto se hubiera designado a un militante panista o priista para el cargo. Sin por ello decir que algunos de los ocupantes de ese cargo han sido francamente funestos.
Pero la segunda razón es que Piedra no tiene ninguna credencial, en su historial o currículum de vida, para ocupar el cargo. Salvo ser hija de su madre y hermana de su hermano. Lo cual puede tener un enorme valor emocional, puede incluso en su caso darle estatuto de víctima y un conocimiento diferente a los temas de derechos humanos que puedan tener otros. Pero nada más. En los buscadores de internet no encontré ninguna referencia a sus actividades académicas o de activismo —salvo Eureka— desde que salió de la universidad. No encuentro nada en su en su trayectoria —su formación, su activismo, su vida profesional, su bitácora de publicaciones, su participación en las grandes luchas de derechos humanos de los últimos 25 años, no sólo en los años 70— para justificar su nombramiento. Todos sabemos que la única justificación es su cercanía a López Obrador. ¿A quién nombraría como presidenta de la CNDH sino a la secretaria de Derechos Humanos de su partido?