A principios de 1974 circuló profusamente un libro titulado Danny, el sobrino del Tío Sam. Su autor se escondía bajo el seudónimo de Leoncio Ibarra. No tenía pie de imprenta. Su tiraje se calculó en cincuenta mil ejemplares. Ese folleto inmundo era la respuesta del gobierno del presidente Luis Echeverría a las críticas que publicaba todos los sábados en el Excélsior de Julio Scherer el historiador Daniel Cosío Villegas.
Yo había olvidado el libelo aquel (apenas lo mencioné en Daniel Cosío Villegas. Una biografía intelectual, publicada en 1980), pero la circunstancia presente me ha llevado a rastrearlo y consultarlo. Nauseando, anoté y glosé algunas frases. Ruego al lector detener la respiración, restregarse los ojos, y comprobar cómo aquel gobierno autoritario y vengativo intentó manchar la biografía estudiantil, académica, diplomática, intelectual y moral de uno de los mexicanos más eminentes del siglo XX. Aquí una muestra:
Egoísta, mantenido, sablista, pedigüeño, aprovechado, hipócrita, convenenciero. «Canallita», engañador de criadas. Pasó «de panzazo» su examen profesional. Mal profesor de sociología.
Diplomático irresponsable, «mal elemento, inútil, revoltoso, embustero y holgazán». Antes de presentarse en la Legación Mexicana en Lisboa que le había sido encomendada, se la pasó en prostíbulos parisinos de diversas categorías, de lo que se conserva un diario (que se cita con amplitud). «Trinquetero», en España ofrecía asilo diplomático lo mismo a republicanos que a franquistas a cambio de joyas, oro y dinero. Miente al señalarse como inspirador de la política cardenista de traer intelectuales españoles.
Su «Fábrica de Historia» es financiada por multinacionales imperialistas (incluida la United Fruit). «Si Sam es el tío, Danny es el sobrino». Su Historia Moderna de México es un «bodrio» patrocinado por la «tontera de los americanos». «Falso historiador lleno de fobias y bajas pasiones», «monetariamente al servicio de los trusts imperialistas yanquis y mentalmente al servicio del fascismo rojo de Moscú, La Habana y el ex Celeste Imperio».
«Es sólo un saltimbanqui teórico, político e ideológico». Se cree ario de raza. «Pelafustán, don Nadie, fabricante de historias que parecen cuentos de pericos». «No es maestro, ni es honesto, ni es valiente, ni es historiador».
Cerremos la cloaca. Como le dijo a don Daniel un corresponsal del Washington Post, se trataba de «a government’s job». Me consta personalmente que le ofendía la agresión a su buen nombre y su obra, y que, a sus 75 años de edad, consideró salir al exilio. Pronto recapacitó, exigió explicaciones (que por supuesto nunca obtuvo) y siguió haciendo lo que sabía y debía hacer: criticar al poder.
En sus Memorias publicadas en 1976, poco después de su muerte, Cosío dedicó un párrafo a los hechos. En él menciona un libelo similar en contra suya aparecido en 1973, obra de Emilio Uranga, experto en esos trabajos mercenarios. Sobre el más reciente se limita a refutar algunas de las «mil invenciones», como «el marxismo, que jamás de los jamases he profesado» o el «diario que jamás he llevado, ni entonces, ni antes ni después».
Los infundios sobre su conducta durante la Guerra Civil española eran particularmente serios, porque negaban una de sus mayores hazañas, la idea de acoger a los intelectuales españoles en tierra mexicana. La difamación provenía de un supuesto escrito de Ramón P. de Negri, que en 1937 fungía como embajador de México. Un invento total. Al margen de que Cosío viajaba con su esposa e hijos, cotejando las fechas del supuesto «diario» con cartas que cito en mi biografía (provenientes del Archivo de la SRE) comprobé que son falsas: coinciden con comunicaciones de Cosío Villegas desde Lisboa.
Pero lo que don Daniel nunca supo es lo que ahora sabemos gracias a El vendedor de silencio, la gran novela de Enrique Serna. El verdadero protagonista de las andanzas en París y las tropelías en la embajada -la expoliación de refugiados de ambos bandos- fue nada menos que Carlos Denegri, el hijo adoptivo del embajador. Denegri no fue el autor del libelo (murió en 1970) pero los periodistas de su escuela prostibularia transfirieron a don Daniel los pecados de su cofrade.
De un lado, los émulos de Carlos Denegri y el gobierno de Luis Echeverría. Del otro, el Excélsior de Julio Scherer y las críticas de Daniel Cosío Villegas. Los escritores y periodistas que hemos sido blanco de las difamaciones de este gobierno estamos en buena compañía.
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