Se dice, y con buena razón, que el agua es vida, no sólo porque es indispensable para vivir, sino porque embellece nuestras vidas. Al verla corriendo en ríos y lagos, su magnificencia evoca sentimientos de paz y regocijo, y beberla en su forma más pura y natural nos llena de energía. El agua mineral ABATILLES se abre paso entre rocas, arena y arcilla, purificándose a lo largo de cientos de kilómetros hasta brotar en un manantial en Burdeos, donde es embotellada para no alterar sus propiedades.
Para que una botella de ABATILLES logre refrescarnos, tarda 300 años en recorrer un kilómetro, y es durante este trayecto que se carga de los minerales que le dan su composición constante. Después de este largo recorrido, el agua se almacena de forma natural en un acuífero situado a 472 metros de profundidad en Arcachon, donde se mantiene protegida de nitratos, bacterias y demás contaminantes, y sólo sale a la superficie embotellada y lista para ser consumida.
El proceso de filtración natural al que el agua es sometida le da a ABATILLES su característico sabor, a agua pura. Entre los beneficios que nos aporta beberla, está la de hidratarnos, y aportar minerales esenciales al cuerpo, como calcio, magnesio, sodio y potasio, además es excelente para maridarse con toda la comida y ayuda a regular la temperatura del cuerpo en estos días de calor. Definitivamente, beber el agua ABATILLES es uno de los hábitos más recomendados para mantener el bienestar con un fresco sabor de boca.
La historia de ABATILLES inició con un accidente, cuando en 1923 el ingeniero francés Louis Le Marié, buscaba un pozo de petróleo. En lugar de encontrar el oro negro que anhelaba, se encontró con un manantial de agua mineral ubicado cerca de la Bahía de Arcachon, que resultó ser una fuente de riqueza mayor de la que esperaba. Basta con imaginarnos los 70,000 litros de agua de manantial por hora que empezaron a brotar disparando a una altura de 8 metros, haciendo de este manantial uno de los diez mejores en Francia, es una imagen que emociona y se queda grabada en la memoria.
Gracias a la presión a la que brotaba se pudo conducir el agua directamente a la planta embotelladora. El embotellamiento estuvo a cargo de diferentes compañías, hasta que en el año 2013 Jean Merlaut, propietario de Château Gruaud Larose en Saint-Julien-Beychevelle, y Hervé Maudet, adquirió la propiedad, para darle este toque especial a su comercio de vinos y licores.