La mampara lo anunciaba con toda claridad: “Tercer Informe de Gobierno”. El primero lo dio a los 100 días de su mandato. El segundo, en el primer aniversario de su triunfo electoral. El tercero, cuando constitucionalmente le correspondía el primero. Tres informes en menos de un año de gobierno. Como no hay muchas cosas nuevas que decir, la de ayer fue una narración de “copiar y pegar”.
Primero, la misma imagen. A escena sale Andrés Manuel López Obrador sin la banda presidencial. Se sienta en el presídium donde hay una silla. Sólo él es el gobierno. Los demás —gabinete, invitados de otros poderes y órganos autónomos—abajo. Asiste poca gente. Una toma en la televisión muestra sillas vacías. Es la imagen de la austeridad de un Presidente que está concentrando el poder en su persona.
AMLO enseña el pesado volumen del Informe de Gobierno que en unas horas enviará al Congreso. “No lo voy a leer todo”, declara. Es un buen chascarrillo de un Presidente que, a ratos, tiene sentido del humor. Va bien con el estilo informal, desenfadado, nada solemne que pretende proyectar.
Comienza el discurso. La Cuarta Transformación ya es una realidad. En México ya se logró la separación del poder económico del poder político. El gobierno nos representa a todos. Ya tenemos un auténtico Estado de derecho. El Poder Ejecutivo ya no interviene en los otros Poderes ni se entromete en las decisiones de órganos autónomos ni interviene en los sindicatos y partidos. Se acabaron los fraudes electorales. Las elecciones son libres y limpias. Es la realidad que quiere construir López Obrador a partir de su retórica. La otra realidad, la real, si cabe discursivamente, pues bien por ella. Si no, no importa.
No importa que el socio (Sergio Samaniego) de uno de los contratistas favoritos de AMLO (José María Riobóo) cuando fue jefe de Gobierno del Distrito Federal sea el encargado de la obra del nuevo aeropuerto en Santa Lucía. No importa que AMLO haya nombrado a la esposa de Riobóo como ministra de la Suprema Corte de Justicia. No importan los insultos que a diario le propina el Presidente a sus críticos. No importa que haya desmantelado la CRE y esté en proceso de hacerlo con la CNDH. No importa que uno de sus aliados políticos (Napoleón Gómez Urrutia) esté creando una nueva central obrera. No importa que su partido (Morena) se haya aliado a los corruptos del Partido Verde. No importa que el candidato morenista que ganó la gubernatura en Baja California esté realizando todo tipo de maniobras fraudulentas para gobernar cinco años en lugar de dos. No, la realidad no importa. La que cuenta es la que pretende crear la retórica presidencial: la de un país que se tornó maravilloso en muy poco tiempo porque llegó un santo al poder.
Tema favorito e inevitable: el odiado neoliberalismo. AMLO insiste en compararlo con el Porfiriato y declarar su fracaso. No le da ni un solo crédito a las políticas neoliberales que sí funcionaron y que él mismo sigue implementando: libre comercio, disciplina fiscal, respeto a la autonomía del banco central. No. Lo importante es equiparar al neoliberalismo con corrupción.
¿Y cuál es su alternativa? Convertir la honestidad y la austeridad en forma de vida y de gobierno. Es una propuesta perfecta. Nadie puede criticarla. ¿Quién, en su sano juicio, podría prometer la deshonestidad y el despilfarro como forma de vida y de gobierno?
Tampoco falta la crítica a la tecnocracia. Los que pretenden medirlo todo por el crecimiento económico. Según AMLO, lo fundamental no es lo cuantitativo. El fin último es conseguir la felicidad, el bienestar del alma. Qué bien suena. Si mañana se va Arturo Herrera de la Secretaría de Hacienda, habría que nombrar a Paulo Coelho como su sustituto.
Qué felices somos los mexicanos. Se acabó con el huachicol de gasolinas. Se acabó el huachicol de los perdones fiscales a grandes contribuyentes. Se acabó con el dispendio en las compras gubernamentales. Se resolvió el diferendo con las empresas transportistas de gas natural. Se mejoró la distribución del ingreso. Se han dado mil y un apoyos de todo tipo a la gente con menos recursos. Una maravilla. Por eso, el pueblo está feliz, feliz, feliz.
De pasadita, se reconoce el desabasto de medicinas y la persistencia de la inseguridad. Dos pequeños problemas. Pero no se preocupen. Pronto se arreglarán gracias al voluntarismo del Presidente. Y seremos aún más felices. Habrá paz como fruto de la justicia. Por eso, la oposición está moralmente derrotada.
En suma, nada nuevo. Copiar y pegar los mismos conceptos, las mismas palabras. Acostumbrémonos porque, si el Presidente sigue haciendo un informe cada trimestre en su sexenio, sólo nos faltan 21 más.
Twitter: @leozuckermann