Los recientes y vergonzosos hechos de Baja California en los que la legislatura local -incluidos los diputados de la llamada oposición- votó a favor de ampliar el mandato del gobernador electo Jaime Bonilla, me hicieron recordar un episodio similar en octubre de 1992.
Ocurrió en San Luis Potosí. Las «fuerzas vivas» del PRI en aquel estado -cuna del Partido Liberal, lugar donde Madero proclamó su famoso plan bajo el lema de la «no reelección»- decidieron que el ingeniero Gonzalo Martínez Corbalá, gobernador interino, debía y podía continuar su mandato.
Los demócratas potosinos, muchos de ellos partidarios del doctor Salvador Nava que acababa de morir, protestaron airadamente. Los amigos de Nava lo hicimos también, no solo por los vínculos que nos unían a aquel líder inolvidable sino por la elemental convicción de que al infringir en el nivel estatal la «no reelección» se estaba sondeando el ambiente para la reelección presidencial. Y apoyamos a Cuauhtémoc Cárdenas en la formación de un Frente Antirreeleccionista Nacional.
José Gutiérrez Vivó, gran figura de la radio, me invitó a hablar sobre el tema. Se trataba de darle perspectiva histórica. Llegué preparado. Mencionaría, en primer lugar, el asesinato de Álvaro Obregón, que selló con sangre el principio maderista. Los móviles de su asesino eran religiosos pero en las carpas se decía lo contrario. En un sketch famoso, alguien le preguntaba a Roberto «El Panzón Soto» quién había matado a Obregón, y éste contestaba: «Cálles…e la boca».
Calles, en su famoso discurso de 1928, declaró terminada la era de los caudillos y dio comienzo a la de las instituciones. El PNR nació al poco tiempo para poner un orden a la ambición presidencial, pero Calles decidió pastorear el proceso erigiéndose en «Jefe Máximo». Una vez más el ingenio popular malició: «Aquí vive el presidente, pero el que manda vive enfrente».
Lázaro Cárdenas fue el primer presidente en asegurar el principio de la «no reelección», en dos momentos cruciales. Frente a la hegemonía de Calles, en vez de matarlo (a la usanza de los sonorenses) lo expulsó del país sentando un precedente de civilidad. Pero el segundo momento no fue menos decisivo: a pesar de contar con un arraigo popular sin precedentes, y habiendo fortalecido al PRM incluyendo al ejército en sus filas, no dudó un segundo en ceder el poder a su sucesor (el moderado Manuel Ávila Camacho) y se abstuvo de ejercer presión alguna sobre su antiguo subordinado.
En las notas que llevaba yo a aquel programa estaba una cita extraída de los Apuntes del general Cárdenas, referida a ciertos preparativos que Rogelio de la Selva -secretario de Miguel Alemán- hizo en su momento para provocar la reelección de su jefe. El pretexto era la posibilidad de que estallara una nueva guerra mundial, para lo cual los mexicanos debían mantener la unidad. Comentando ese pasaje, Daniel Cosío Villegas escribió en 1973: «la reacción de mi general fue un firme repudio a cualquier intento de continuismo».
Mis apuntes no eludían a Echeverría, que al parecer tuvo el mismo sueño, pero se concentraban en el presente. El presidente Salinas era popular. Fidel Velázquez se mostraba entusiasta. Algunos empresarios y medios de comunicación apoyaban la idea. En el peor de los casos, había que instrumentar un nuevo Maximato. El asesor más próximo al presidente se preguntaba si Salinas «debía ser Calles o Cárdenas» y claramente se inclinaba por el primero.
Esos eran los antecedentes históricos del tema que llevaba yo para exponerlos en el programa. Minutos antes de comenzar, desde algún lugar del gobierno -la vieja casona de Bucareli, supongo- llegó un mensaje que amablemente sugería no tocar el sensible tema. Gutiérrez Vivó y yo hablamos de otros asuntos.
Eso ocurría en un México que no había transitado a la democracia. El ingeniero Martínez Corbalá -hombre respetable, por más de un motivo- no contendió para la reelección. Salinas de Gortari no se reeligió pero intentó construir un Maximato.
Hoy vivimos en un México democrático. Y tenemos un presidente que repetidamente, en imágenes, discursos y libros, se ha declarado maderista. Por eso hay que decirlo con todas sus letras: infringir el principio constitucional e histórico de la «no reelección» es absolutamente inadmisible en cualquier lugar y tiempo. El presidente debe repudiar el intento de reelección en Baja California. El Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación debe rechazar la decisión de aquel congreso.
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