En una reciente conferencia matutina el presidente criticó a la revista Proceso por «no portarse bien», es decir, por no apoyar a su gobierno, y para probarlo evocó al periodismo que se practicaba durante la República Restaurada. Su referencia histórica está equivocada.
Aunque todas las publicaciones del grupo liberal coincidieron en celebrar el triunfo sobre el Imperio, diferían en su apreciación sobre su circunstancia, y a todo lo largo de aquel período (1867-1876) mantuvieron posturas muy distintas entre sí. La más superficial ojeada a la prensa de la época (decenas de publicaciones en todo el país) muestra que jamás existió un apoyo incondicional a los gobiernos sucesivos de Juárez y Lerdo, entre otras cosas porque la filosofía misma del régimen, el liberalismo, abjuraba de la obediencia. Nacido contra el poder absoluto, el caudillismo, el clero y el dogmatismo religioso, el liberalismo alentaba las corrientes diversas, las ópticas divergentes, el debate abierto.
Para muestra un botón. Conservo los ejemplares de La Orquesta, el legendario «Periódico omniscio, de buen humor y con caricaturas», fundado en 1861. Su Jefe de redacción era Vicente Riva Palacio. Se imprimía en un despacho de la Calle de Santo Domingo, salía los miércoles y sábados, costaba un real, se vendía por suscripción, tenía anuncios de ocasión (corridas de toros, carteleras teatrales, funciones de circo, ofertas comerciales, plantas medicinales). Recorrí sus páginas de 1867, leí algunas editoriales y disfruté las maravillosas caricaturas de C. Escalante. Cinco días antes de la entrada triunfal de Juárez a la ciudad de México, la editorial advertía:
Libres. Independientes. Sin odio y sin temor, queremos cumplir con nuestra conciencia y ofrecer a los vencedores una corona adornada con las espinas de la verdad y no con las flores de la adulación.
El periódico cumplió su promesa. Reconocía los méritos históricos de los tres «inmaculados» (Benito Juárez, Sebastián Lerdo de Tejada y José María Iglesias), pero tras su llegada al poder los criticó acremente. Aludiendo a Juárez, advirtió los peligros del cesarismo y las facultades extraordinarias, condenó las distorsiones a la ley y su permanencia en el poder. En una caricatura titulada «El gabinete de costura», Juárez detiene y zurce el lienzo parchado de la Constitución de 57 mientras que Lerdo lo corta con unas inmensas tijeras. En «El mundo al revés», Juárez aparece sentado sobre el pedestal de la «Constancia», y sobre sus rodillas se sienta la silla coronada por el águila y el letrero bordado en el respaldo: «Presidencia, 14 años». En otras palabras: Juárez es la Silla presidencial y la Silla presidencial es Juárez.
Ese año, La Orquesta dio la bienvenida a un nuevo periódico titulado El Padre Cobos. Sería una de las publicaciones más mordaces en la historia de nuestra la prensa. Los irreverentes sonetos que publicó su editor, Ireneo Paz, prefiguran el genio poético de su nieto y merecen una antología. En Siglo de caudillos recogí uno contra la reelección de Juárez en 1871, que comienza así (y termina peor):
¿Por qué si acaso fuiste
tan patriota
estás comprando votos
de a peseta?
¿Para qué admites esa inmunda treta
de dar dinero al que
en tu nombre vota?
La postura de La Orquesta y El Padre Cobos fue característica del espíritu de la época. La compartían viejos compañeros de Juárez, como Guillermo Prieto e Ignacio Ramírez, y las nuevas generaciones, que se referían a él como «Su Majestad Benito I».
Llegado el tiempo, Vicente Riva Palacio e Ireneo Paz -escritores y editores notabilísimos- fueron indulgentes con el poder absoluto de Díaz, pero el hecho mismo de que nunca dejara de existir una prensa combativa es un tributo al espíritu original de la República Restaurada y a sus hombres que, en palabras de Cosío Villegas, «eran fiera, altanera, soberbia, insensata, irracionalmente independientes».
«Para aquellos hombres -decía el historiador- expresar una inconformidad era un ejercicio tan natural como caminar o respirar». También los gobernantes participaban de esa convicción. Fueron blanco continuo de críticas feroces, pero nunca reclamaron obediencia por una razón elemental:
Juárez y Lerdo […] sentían la libertad igual que sus adversarios. Sabían que la libertad de sus enemigos era la condición de su propia libertad y que la del país dependía de la libertad de todos.
La prensa de la República Restaurada no «se portaba bien» con el poder. Esa era su misión y también su gloria.
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