Muy preocupante que la principal apuesta del gobierno de López Obrador para resolver la crisis de inseguridad en el país, la Guardia Nacional, esté comenzando tan mal.
Hace meses, cuando se anunció que dicha Guardia se formaría con policías militares, policías navales y policías federales, todos los expertos advirtieron que no sería nada fácil unir cuerpos tan disímiles. Por un lado, militares de dos instituciones que tienen culturas y procedimientos diferentes: los del Ejército y los de la Armada Marina. Por el otro, policías civiles. Para unirlos se requería una planeación impecable y una mejor implementación.
Con la novedad, oh, sorpresa, de que el gobierno no lo hizo. Hoy estamos viendo las consecuencias. Muchos policías federales se han rebelado en contra de la decisión de convertirse en guardias nacionales. No quieren quedar subordinados a los mandos castrenses; se quejan, además, de un cambio en sus condiciones laborales.
Ayer, de plano, se amotinaron. Imitando a los maestros disidentes de la CNTE, salieron a las calles a protestar y bloquear las vías de comunicación. Lo que nos faltaba: la policía realizando actos ilegales (la ley prohíbe obstaculizar caminos y carreteras) para que se escuche su voz. Y su voz escuchamos. “Fuera López Obrador”, quien, por cierto, es su jefe. “Civiles sí, militares no”. Así nuestros próximos guardias nacionales.
Aquí alguien del gobierno de AMLO no hizo bien su chamba. Ése alguien tiene nombre y apellido: Alfonso Durazo. Hasta hace unos días, antes de que entrara formalmente en vigor la Guardia Nacional, el jefe de la Policía Federal era el secretario de Seguridad y Protección Ciudadana. Como tal, debió haber planchado a la perfección la transición de los elementos de este cuerpo policiaco a la nueva guardia que, por cierto, formalmente también está bajo su mando.
Debió elaborar las nuevas condiciones de trabajo. Debió haberse reunido, él o sus subalternos, con todos los policías federales en sus distintas unidades para explicarles lo que venía. Debió haber escuchado sus demandas e incorporar aquellas que fueran posibles. En fin, debió haber cuidado al máximo la transición que, se sabía, los expertos lo advertían, sería un proceso duro, difícil y doloroso.
Evidentemente, no lo hizo o lo hizo mal. El resultado está a la vista de todos. Durazo, con el agua al cuello, teniendo que abrir mesas de negociación con policías federales indignados y enojados. Una pésima señal para el comienzo de la Guardia Nacional.
Y, una vez más, aparece el sello distintivo del gobierno de López Obrador: prisas e improvisación que terminan en una pésima implementación.
Con la diferencia de que aquí estamos hablando de la principal propuesta del gobierno para resolver el terrible problema de criminalidad que vive el país. En otras áreas gubernamentales, el país se puede dar el lujo de que las cosas no funcionen por la mala operación característica del lopezobradorismo. No es, ni puede ser, el caso para la Guardia Nacional. En lugar de estar enfrentando a los delincuentes, los mandos están negociando para evitar que más policías federales se amotinen y protesten. Mientras tanto, ya se podrá usted imaginar, los delincuentes están frotándose las manos.
A un año de haber ganado la elección y siete meses de haber tomado posesión, llegó la hora de que el Presidente ponga orden en su gobierno. Basta ya de echarle la culpa al pasado, de excusas y ocurrencias. Más de 30 millones de mexicanos le dieron su voto para que resolviera los principales problemas del país, entre ellos, la inseguridad. La gente quiere resultados. AMLO, sin embargo, sigue con su grandilocuente idea de una Cuarta Transformación, cuando sus secretarios no pueden echar a andar su principal propuesta en materia de seguridad: la formación de una Guardia Nacional. Que alguien, por favor, les avise que ya son gobierno, que todos los días hay muertos, secuestrados y extorsionados y que, por tanto, tienen que comenzar ya a… gobernar.
Twitter: @leozuckermann