Los recientes días fueron una prueba más que hay mucha gente en México, América Latina y el mundo que no conoce o hace como que no conoce la diplomacia a la Trump. Fue así como en México algunos vieron la noticia de la amenaza del presidente estadounidense de manera importante, algunos otros de manera medio importante y otra parte de la sociedad como mera nota en la cotidianidad para no dar ninguna importancia al tema por seguir en la triste idea que ya cualquier decisión de política interna o externa “nos tiene en las mismas”. La verdad es que para todas las clasificaciones anteriores espero pueda servirles mi humilde opinión.
El Presidente de Estados Unidos, Donald J. Trump, en la perspectiva común es alguien simplemente catalogado como “malvado” y todos los países que afecta (básicamente todos en el planeta) somos sus “víctimas”, pero esta aseveración es muy superficial y poco alineada a la realidad. Para nosotros, Trump podría ser “malvado”, pero para sus electores en Estados Unidos, no lo es. Así es que vienen los próximos comicios para que Estados Unidos de o no la continuidad del actual presidente en un segundo mandato, y Trump no va a negarse ese derecho, pero – ¿cómo no lo lograría si no ha incumplido con sus propuestas de campaña de política exterior que hasta han sido enmarcadas dentro de la “Estrategia de Seguridad Nacional” publicada por la Casa Blanca en diciembre del 2017? – el problema aquí es que muchos vemos a Trump con ojos de político latinoamericano de cualquier partido (que generalmente al ser un burócrata demagogo) asistiendo al mitin y prometiendo lo que quiere uno escuchar, y a la mitad o al final de su gestión le deja a uno con lo mínimo alcanzado porque nunca fue su objetivo de largo plazo, porque lo pusieron por dedazo o porque de plano no tenía ni idea de lo que estaba hablando. Con ello, estimado lector, no estoy dando un “like” o un “me enoja” a la política del presidente de Estados Unidos, porque esto es al final de cuentas un análisis. Ya si se dan chance a leer mis publicaciones anteriores en Diario Judío, podrán saber mi opinión al respecto.
Esta es la diplomacia de Trump, la diplomacia del acorralamiento, originada desde un personaje caracterizado por una extraña fusión de un empresario feroz que dista del origen conservador (en todas las aristas posibles de la palabra) de la mayoría de los republicanos y que podemos ver dicha diferencia en los debates televisados en el 2008 y en el 2012, sin viajar tanto en el tiempo. De igual manera y hablando de la descripción de esta diplomacia, me uno a la referencia comentada por un colega (experto en temas internacionales y del Medio Oriente), Federico Martin Gaon (@FedGaon en Twiiter), quien en sus columnas, comenta acerca de la doctrina nacional de seguridad de Trump, lo siguiente:
“es una estrategia de principled realism, es decir, “realismo basado en principios”… una forma políticamente correcta para fusionar la cruda realpolitik con decisiones morales. Por un lado, los “principios” se refieren a promover valores democráticos y prosperidad económica en el mundo. Por otro, el “realismo” reconoce que los garrotes hablan más fuerte que las zanahorias, y que en la política internacional la paz y la seguridad dependen de la voluntad y el músculo militar de las naciones poderosas”.
Claramente la diplomacia a la Trump, es un concepto nuevo que entender y que evaluar, adhiriendo el músculo económico como una fuerza similar a la militar en el realismo antes planteado. Su relación con cada región no va a ser determinada por una negociación sino por medio de una persuasión. En el momento que prometió salirse del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, muchos lo llamaron negociación y hoy vemos las consecuencias de mayor susceptibilidad de aranceles generados por Estados Unidos en papel y tinta ante la incertidumbre del mercado canadiense y mexicano. En el momento que Trump amenazó al comercio chino-estadounidense en campaña diciendo “no podemos seguir permitiendo que China viole a nuestro país y eso es lo que estamos haciendo” y agregó “vamos a darle la vuelta, y tenemos las cartas, no lo olviden”, pasó de las palabras a los hechos acechando a la empresa Huawei (no únicamente dentro de Estados Unidos); poniendo 25% de aranceles a los productos chinos, impactando en $300.000 millones de dólares en importaciones del gigante asiático; y de ahí hasta nuevo aviso porque aun no concluyen las negociaciones. Cuando Trump hace un año criticó su relación comercial con la Unión Europea llamándola en una entrevista “igual de mala que con China, pero más pequeña”, no únicamente ha detenido cualquier intento de eliminar aranceles con dicha región, también está buscando la manera de imponerle mayores tarifas en el acero y en la industria automotriz.
Sin embargo, la piedra en el zapato de la diplomacia a la Trump es el Medio Oriente. Internamente le ha dado satisfacción a los grupos religiosos (mayormente evangélicos en Estados Unidos, porque la mayoría de los judíos siguen prefiriendo a los demócratas) en su política de empoderar su reconocimiento a Israel y un desplazamiento en la relación con Palestina, y muchos dirán que sonaron fuertes sus acciones de mover la embajada de Tel Aviv a Jerusalén y su reconocimiento de los Altos del Golán como parte de Israel, pero no parece haber tenido tanto impacto en la realidad. Es decir, ni Israel ha tenido más paz ni menos guerra; Palestina, sigue en el limbo, y en Siria, Estados Unidos sigue perdiendo posición. Hablando del otro lado del Medio Oriente, Irán no se achica por el desmembramiento del acuerdo nuclear y continúa su política de “influencer” en los conflictos de la región, sin obstáculo alguno.
Como vemos, la diplomacia a la Trump es certera y es de rápido accionar, no es perfecta, no es eterna, pero tampoco es como los medios generalmente nos la pintan. Cada vez que escuchemos o veamos en algún medio que un país busca la negociación con Trump, veámoslo más como una persuasión. Ya que en principio, estimado lector, la negociación lleva consigo un acercamiento entre las partes para llegar a un acuerdo, y este aspecto se modifica en esta peculiar estilo de diplomacia, creando una atmosfera donde el acercamiento se convierte en obligatorio (sin ningún tono de cordialidad sino de necesidad) para la contraparte al intentar zafarse de una propuesta creada por urgencia que significa irónicamente llegar al “acuerdo” originalmente planteado por la posición más fuerte (o la que al menos se quiere ver como tal).
Gracias por su atención y espero su respetuosa opinión aquí o en la cuenta de twitter de un servidor: @PabloQZepeda