Con afecto para Filo Rait
Los vicios, prácticamente de forma invariable, suelen brindar un inmenso beneficio para el que los padece. Al mismo tiempo, se afirma con extrema frecuencia que son los responsables de una catarata de calamidades y tribulaciones no sólo para el que los practica, sino para todo aquel que lo rodea. Visiones ambas enteramente irreconciliables, ¿no es así? ¡Pues no! Como en muchas otras cosas, ambos postulados aparentemente antagónicos entre sí, son terrible y escalofriantemente verdaderos. ¿Y cómo es eso posible? Pues fácil: ambos panoramas coexisten gracias al aditamento a la ecuación de un factor externo de inmensa importancia: el tiempo.
A corto plazo el vicio, en efecto, produce con altísima frecuencia milagrosos beneficios, que pueden ir desde el combate híper efectivo de la ansiedad o de la timidez, o de la pereza o de la depresión o de casi cualquier situación emocional negativa que te puedas imaginar. El problema es que tan maravillosos hechizos suelen también tener un elevado costo a largo plazo, lo que convierte al venidero e inevitable futuro en el heraldo negro que eventualmente proporcionará al infortunado vicioso la cuantiosa factura por concepto del consumo constante de su falsa panacea.
En pocas palabras, justo aquello que nos brinda aparentes beneficios a corto plazo, puede ofrecernos también devastadoras consecuencias a mediano y/o a largo plazo.
Piensa en tu tarjeta de crédito, como un claro ejemplo de dicho fenómeno: si yo gano y también gasto 10 pesos al mes y, gracias a mi impecable historial crediticio, decido solicitar un préstamo monumental al banco con el objetivo de comenzar a gastar de inmediato 100 pesos mensuales, mi familia me amará durante los primeros 30 días, pues le brindaré a ésta enormes beneficios materiales en ese breve periodo de tiempo, pero el segundo mes empezarán los problemas y, mucho más temprano que tarde, estaré mucho peor que como estaba antes y será mi propia familia la primera en resentir mi inminente y eventual bancarrota.
Y es que resulta que no el vicio, sino sólo la virtud constante, es capaz de brindar auténticos frutos para nosotros y para todos los nuestros en todos los campos (y el de la riqueza material en definitiva no es la excepción a la regla).
Malamente se ha dicho que la esencia del capitalismo es el consumo. Aunque el argumento contrario es igualmente fallido: la base del capitalismo es el ahorro. Honestamente la base del capitalismo es la libertad, tanto de consumir a lo idiota como de ahorrar prudente y responsablemente (de ahí la calidad amoral del capitalismo como sistema económico). Pero, en efecto, es el ahorro la parte esencial y primigenia del crecimiento económico, y no el consumo; pues el consumo, precisamente, es la viciosa estrategia que, como lo determina el acertado adjetivo que le he otorgado, proporciona fenomenales beneficios a corto plazo pero también ruinosas consecuencias a futuro, mismas que emergerán con brutalidad asesina ante tu rostro mucho más temprano de lo que te imaginas.
Es por eso que los sistemas económicos que incentivan el consumo, no sólo no son morales o amorales, sino enteramente inmorales, pues conducen invariablemente al decrecimiento de una otrora sana economía; pues una cosa es promover la libertad de que nos inclinemos a voluntad ya sea por el consumismo o por el ahorro responsable, y otra que se haga hincapié de forma directa y continua en la sistemática y eventual destrucción del capital de un individuo o de un pueblo entero por medio del irresponsable despilfarro de recursos materiales.