Son muchos los problemas que heredó López Obrador de Peña. Le entregaron un incendio en materia de inseguridad. Ni qué decir de la corrupción enquistada en todo el cuerpo gubernamental. La economía, sin embargo, no andaba tan mal. No estábamos en jauja, pero crecíamos a la tasa mediocre de los gobiernos neoliberales, es decir, al 2% anual. A seis meses de haber tomado posesión AMLO, la economía se ha deteriorado. Estamos lejos de una crisis como las de los años ochenta y noventa; no obstante, hay una desaceleración desde el segundo semestre de 2018 (coincidente con la elección presidencial), al punto de encontrarnos estancados y con probabilidades de entrar en una recesión.
Como he dicho anteriormente, este gobierno comenzó remando a contracorriente en materia económica. A los capitalistas nunca les cae bien que lleguen al poder gobiernos que se dicen de izquierda. En este sentido, AMLO llegó con un déficit de confianza en los inversionistas, nacionales y extranjeros. Tenía que convencerlos de que no haría barbaridades. Pues se estrenó, precisamente, haciendo una: cancelando el nuevo aeropuerto en Texcoco. Miles de millones de pesos de costos hundidos y dudas acerca de un Presidente dispuesto a suspender un proyecto muy rentable, con tal de enviar el mensaje de que ahora él mandaba. Así lo entendieron los capitalistas, que guardaron sus chequeras hasta nuevo aviso.
Desde lo del aeropuerto, el gobierno no ha logrado que bajen las altísimas tasas de interés que pagan sus bonos comparadas con las del Tesoro estadunidense. Dichas tasas han elevado el costo de oportunidad de hacer negocios en México: la gente con dinero prefiere meterlo en instrumentos financieros que arriesgarlos en fábricas, tiendas, construcciones. La inversión privada está derrumbada.
A esto agréguese los problemas financieros de Pemex y el capricho de construir una nueva refinería en lugar de utilizar el capital escaso en proyectos de exploración y explotación de petróleo, que son mucho más rentables. Súmese los errores propios de un gobierno novicio (supuesto control de las comisiones bancarias, lucha en contra del huachicoleo en el periodo de mayor demanda de combustibles, indecisión frente a los bloqueos ferroviarios, lentitud en la ejecución del gasto público) y aparece con claridad el panorama económico negativo de corto plazo.
Pero eso no es lo peor. Ahora hay condiciones que ponen en peligro la salud de la economía mexicana en el mediano y largo plazos.
La mejor política económica del neoliberalismo fue el libre comercio y el tratado que se firmó, en esta materia, con Estados Unidos y Canadá. Si bien el motor interno de la economía se prendía y apagaba de manera intermitente, el motor externo (salvo en la crisis mundial de 2008-2009) funcionó de maravilla. Gracias a eso, México se convirtió en la única potencia exportadora de América Latina. Hoy por hoy somos el principal socio comercial de Estados Unidos.
Pero en ese país hay un Presidente que cree más en el proteccionismo. El más reciente episodio en que amenazó a México con imponer aranceles del 5 al 25% demuestra que a Trump, efectivamente, no le gusta el libre comercio. Le vale un pepino el TLCAN o el T-MEC. Unilateralmente, está dispuesto a decretar tarifas a las importaciones mexicanas.
Todo el mundo lo está viendo y escuchando. ¿Quién va a querer poner una fábrica de millones de dólares en México para exportar a Estados Unidos si, en cualquier momento, el Presidente de ese país cambia las reglas del juego e impone aranceles?
Los tratados comerciales se firman para dar certeza legal a los inversionistas. Con sus acciones bravuconas y unilaterales, Trump está dinamitando dicha certidumbre. Desde que se lanzó a la Presidencia, en 2016, quiere revertir el éxito comercial mexicano. Piensa que eso hará que muchas fábricas regresen a su país y se recuperen los empleos perdidos. No tiene razón, pero no importa. Lo que a él le importa es quedar bien con su electorado y, si eso significa terminar con 25 años de libre comercio entre México y Estados Unidos, pues que así sea. Ése, me parece, es el desafío mayor que hoy enfrenta la economía mexicana.
Así que, entre problemas económicos de corto plazo generados por nuestro gobierno y el gran reto de la amenaza de Trump a la base estructural de nuestras exportaciones a Estados Unidos, México se encuentra al borde de una recesión. No vamos requetebién. Haría bien el presidente López Obrador en reconocerlo y actuar en consecuencia.
Twitter: @leozuckermann