El domingo pasado se llevaron a cabo elecciones en seis estados de la República. Y, aunque cada entidad tiene su propia dinámica electoral determinada por la política local, algunas conclusiones nacionales pueden sacarse de estos resultados.
Me parece que el domingo tiene algo de continuidad de lo ocurrido en las elecciones de 2018. El año pasado, el gran ganador fue Morena, en gran parte por la popularidad de López Obrador. Pues lo mismo este año en que el Presidente sigue siendo muy popular. Aunque ahora no estuvo en la boleta, su personalidad jaló votos a favor de los candidatos de su movimiento-partido. Si Jaime Bonilla y Miguel Barbosa ganaron las gubernaturas en Baja California y Puebla, respectivamente, es por el llamado “tsunami” electoral del año pasado.
Sin embargo, las elecciones de 2019 también son un aviso a las intermedias que vienen en 2021 (en 2020 habrá solo un par de comicios locales en Hidalgo y Coahuila) donde se elegirá a la totalidad de la Cámara de Diputados federales y 13 gubernaturas.
Morena demostró que no ha logrado transitar de movimiento a partido político. Hoy por hoy, sin duda, es la mejor franquicia por la que puede competir un candidato. Por tanto, se pelean a muerte las candidaturas. Y, como todavía no tienen instituciones que procesen los conflictos, en muchos casos acaban dividiéndose y perdiendo fuerza.
Los morenistas ganaron en Puebla y Baja California, pero les fue mal en Durango y Aguascalientes y perdieron fuerza en Tamaulipas y Quintana Roo. Esto se explica por las múltiples peleas entre morenistas que terminaron en tribunales y, en algunos casos, en defecciones.
La pregunta es si Morena logrará, en estos dos años que faltan para los comicios intermedios, transitar de movimiento a partido. Un partido con reglas, disciplinado y con capacidad de dirimir los conflictos entre sus candidatos. Si no lo logran, pues veremos estados donde Morena no podrá consolidarse como fuerza hegemónica debido a sus pleitos internos. 2019 sería, en este sentido, un primer aviso para el 2021.
Morena, además, sigue dependiendo mucho de la personalidad de López Obrador. No por nada, el Presidente quiere aparecer en las boletas en 2021 con la figura de la revocación de mandato. Con su arrastre, AMLO quiere jalar voto a favor de los candidatos de Morena a la Cámara de Diputados y a las 13 gubernaturas que estarán en juego ese año. Si tomamos en cuenta que Morena ya controla siete, conque gane diez en 2021 ya tendrían la mayoría de las gubernaturas del país dejando a ese partido en la mejor posición a nivel local para las elecciones presidenciales de 2024.
La gran lección para los partidos opositores (los verdaderos, no los que ya andan orbitando alrededor de Morena y AMLO) es que tienen que unirse en el Senado para votar en contra de la revocación de mandato. Ya lo sabían, pero los datos de las elecciones de 2019 lo demuestran con claridad: Morena pierde fuerza electoral sin AMLO en la boleta.
Vale la pena hacer un comentario sobre la baja participación electoral. En el caso de Baja California no sorprende porque así ha sido siempre en ese estado. Tampoco debería sorprendernos en Puebla. Los poblanos, simple y sencillamente, estaban cansados de tantas elecciones. Han tenido tres de gobernador en cuatro años.
En 2016 eligieron a uno que tendría un periodo corto de dos años. En 2018 eligieron a la gobernadora Martha Erika Alonso, quien trágicamente murió cuando se desplomó el helicóptero en el que viajaba. En 2019 tuvieron que ir de nuevo a las urnas a elegir a su sustituto. Me parece que el abstencionismo en este estado se debió al desgaste natural del electorado.
Una última nota. Celebro que el PAN haya perdido en Baja California. Ya era hora. Este partido llevaba 30 años gobernando ese estado y, como suele ocurrir en un periodo tan largo, sus gobiernos fueron empeorando con el tiempo, al punto que, hoy, el gobernador Francisco Vega tiene una pésima reputación con bajísimas tasas de popularidad.
La democracia necesita alternancia y ésta no había ocurrido en Baja California desde aquella elección histórica de 1989. Ahora veremos qué tan bien le va a Morena porque, el otro día que visité Tijuana, observé algunos de sus actos de campaña. Me quedé con la impresión de que estaba viendo al viejo PRI. De hecho, casi todos los priistas acabaron migrando o apoyando a Morena en Baja California. La pregunta es si los morenistas, que ganaron todo en ese estado, van a ser iguales o diferentes a los priistas del pasado.
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