Soplan vientos autoritarios. En muchos países ha resurgido la figura del hombre fuerte, el líder populista que, habiendo llegado al poder por la vía de la democracia y en un marco de libertad, tiene el designio de acabar con ambas.
Consciente de que en México ronda el mismo fantasma, Mario Vargas Llosa convocó al Foro «Desafíos a la libertad en el siglo XXI», que tuvo lugar el pasado domingo 26 de mayo en el histórico Paraninfo de la Universidad de Guadalajara. El acto fue organizado por la Fundación Internacional para la Libertad (la FIL, que Vargas Llosa fundó y preside desde octubre de 2002) y por Raúl Padilla, creador de la otra FIL, la Feria Internacional del Libro, que es orgullo de México.
En su discurso de apertura, Vargas Llosa trazó un bosquejo de la difícil situación de la libertad en un mundo cruzado de nacionalismos, fanatismos de toda índole y la presencia creciente de los populismos. Con elegancia y prudencia, evitó deslizar la menor opinión sobre México invitando a que fuésemos nosotros, los ponentes mexicanos, quienes abundáramos sobre el asunto. No obstante, recordó que nuestro país es demasiado importante en el destino de América Latina como para perder el rumbo.
Es imposible glosar con justicia las intervenciones de los ponentes, que se recogerán en un libro. Acudo a mis apuntes. Valeria Moy y Ana Laura Magaloni tocaron asuntos sensibles para los jóvenes huérfanos de futuro: la inequidad económica y el vacío jurídico. Con respecto a este último tema, José Ramón Cossío fundamentó su grave preocupación sobre el uso político de nuestra Constitución… para acabar con ella. Lisa Sánchez detalló las luchas pasadas y futuras de la sociedad civil. Guillermo Sheridan fustigó con irónica sutileza la autoproclamada superioridad moral del régimen. Jaime Sánchez Susarrey hizo un diagnóstico de la debilidad estructural de nuestra democracia. Gerardo Bongiovanni arrancó risas con anécdotas sobre «la extravagancia argentina», en particular, el peronismo y sus avatares. Álvaro Vargas Llosa explicó por qué, desde la antigüedad hasta nuestros días, las instituciones de la libertad y el espíritu de la república viven amenazadas.
Roger Bartra sostuvo que el actual gobierno mexicano no representa a la izquierda sino a un movimiento conservador que, en muchos sentidos, busca restaurar la hegemonía del viejo sistema. Tras admitir las taras del proceso de transición (corrupción, inequidad, violencia, inseguridad), José Woldenberg defendió la lucha democrática durante los últimos decenios del siglo XX, expresó la mayor preocupación ante la dilapidación de saberes e instituciones, los «claros tintes autoritarios del presidente» y los impedimentos que impone para «generar un circuito de discusión».
Héctor Aguilar Camín sostuvo que la amenaza a la democracia mexicana es real e inminente. «Estamos en un estado avanzado de captura» de las instituciones republicanas y federales por un gobierno que busca instaurar una «larga hegemonía política». «Esa democracia, que ahora no valoramos y que trajo tantas deformidades consigo -agregó-, tenía lo fundamental: libertad y competencia en pluralidad». Jorge Castañeda explicó la desfavorable circunstancia internacional que enfrenta la lucha por la institucionalidad democrática en México, y lanzó un llamado a los intelectuales para recuperar un espacio colectivo de acción pública.
Christopher Domínguez Michael señaló la responsabilidad histórica de la izquierda intelectual en descalificar y minar la legitimidad democrática en los tres sexenios de la transición. Los resultados están a la vista: solo hay democracia si triunfan ellos. Héctor de Mauleón precisó las categorías de Timothy Snyder en su libro Sobre la tiranía: todas parecen aplicables a México. Federico Reyes Heroles puso el acento en el contenido sesgado o francamente falso de la información oficial. En mi intervención dejé constancia de la agresión que inflige el poder a la prensa.
Los frescos del paraninfo rimaban, por decirlo así, con nuestro foro. Los pintó José Clemente Orozco en 1936. En el panel principal, el pueblo indignado, herido, mutilado, encara a los líderes. Uno de estos pone el imperioso índice sobre el libro que contiene algún dogma, mientras en la otra mano blande el cuchillo amenazante. La imagen perfecta de la intolerancia.
En México debe prevalecer la tolerancia. No el dogma, no el cuchillo verbal sino el diálogo auténtico, la civilidad, el respeto, la capacidad de escuchar. Ese es el desafío de nuestra libertad.
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