Diversos análisis electorales y políticos ofrecen explicaciones para los resultados del pasado dos de junio; sin embargo, después de varios meses de competencia partidista y pragmatismo de las facciones, el descrédito y las malas intenciones aparecen como elementos comunes en tales ejercicios. Lamentable ha sido el papel partidista de algunos académicos y analistas de elecciones para malinterpretar la jornada en la que Luis Miguel Barbosa resultó ganador. Se acabó la crítica y el estudio racional, quedó la rabia, el clasismo y la intolerancia racial.
La hipótesis que postula la dicotomía urbano-rural para señalar que el voto verde-campesino hizo ganar a Barbosa, termina por concluir: “sólo los pobres, pendejos y mariguanos votan por Morena”. El anacronismo de tales ideas demuestra el extravío que provoca el rencor.
El efecto de las campañas de odio ha quedado demostrado a lo largo de la historia humana. Dos ejemplos son contundentes por la cercanía temporal y las evidencias: el antisemitismo y el anticomunismo. La mayor parte del siglo XX estuvo ocupada por estos fenómenos y el infierno europeo y después global, son la prueba de que nadie aprende.
En México durante 2006 tuvimos una de las campañas de odio más radicales de que se tenga memoria. Para Roger Bartra, el país vivió un conflicto social que se consignó como una “fractura”, elemento que puede implicar una fragmentación o fisura del tejido social y que, desde su perspectiva, puede colocar al país en una guerra civil. La pugna entre las tendencias políticas se radicalizó desde que se apuntaba a López Obrador como candidato presidencial y culminó con un Ejecutivo Federal espurio que debió gobernar sentado en las bayonetas y montó el ferrocarril de la sangre que no se ha podido detener.
Cuando se debate el terrible siglo XX y se buscan las causas que iniciaron la guerra civil europea que después se volvió mundial, aparece el odio promovido por las derechas y, particularmente, el cristianismo católico. La historiografía ha construido una explicación más o menos general, la Santa Sede promovió el fascismo para recuperar la hegemonía extraviada por la pérdida de los territorios pontificios y construyó el mito de la conspiración Judeo Masónico Comunista. El infierno se desató y el siglo XX es la principal vergüenza de la modernidad y la civilización europea. Por increíble que parezca, ese era el objetivo.
Frente a ello, la derecha siempre se exculpa de dos modos: negando los hechos y manifestando un revisionismo; de esta suerte, argumenta la inexistencia del Holocausto y justifica la violencia desatada como una reacción frente al “Terror Rojo” por todas las ideas utópicas y radicales que promovió. Las campañas de odio generan una alienación que puede tornarse en una violencia incontrolable donde la meta es atacar y causar el mayor daño posible.
El poder infame de las campañas oscuras está más que comprobado. El colaboracionismo del pueblo alemán con Adolfo Hitler, así como de otras naciones católicas de Europa, ha sido estudiado desde los enfoques por la psicología de masas y refleja que, bajo ciertas circunstancias, el Síndrome Lucifer puede despertarse en cualquier época y persona.
Las campañas de odio que comienzan a ser la característica de Acción Nacional, enmarcan a éste partido en la configuración de la ultraderecha europea, particularmente la antirusa, anti inmigrante, aporofóbica, antifeminista y neo nazi.
El fracaso de la representación política es responsabilidad de todos los partidos. Incluso del PAN. ¿A qué juega Enrique Cárdenas que primero está en MORENA, luego es ciudadano y, no obstante ser el más acertado crítico del morenovallismo, debe asumir su herencia en la marca del PAN? Si el electorado del PAN fueran las clases medias conservadoras, como dicen por ahí, el Estado no sería uno de los más pobres en la república. Puebla no es sólo la zona comercial de Angelópolis o la “Barcelona” de Cholula.
Las campañas de odio deben ser conjuradas y es necesario impulsar la responsabilidad de los políticos. ¿Para este tipo de campañas se gasta tanto dinero?, ¿con estos magros resultados electorales hay que seguir financiando a los partidos políticos?, ¿se deben pagar con recursos públicos las campañas de rencor que buscan el enfrentamiento entre mexicanos?
Es tiempo de paz y trabajo en Puebla; son más productivos que el odio y el rencor. México enfrenta una peculiar situación ahora, el supremacista Trump ha puesto una encrucijada grave, ojalá que la derecha no reaccione como los polkos del Siglo XIX.