Para Héctor Martínez Reding.
–Yo tengo otros datos-, le dijo el ganso al pato, como respuesta a sus reclamos de que las escopetas habían cruelmente cazado a sus hijos y a su esposa. –¡Pero si yo los vi morir con mis propios ojos y, por si fuera poco, las escopetas son tuyas, así que eres el único con la capacidad de contenerlas! – Graznó el pato salvaje con furia e impotencia. –No, no es cierto: yo tengo otros datos. – Sentenció categórica y solemnemente Su Majestad, el Rey del pantano.
El arrogante es testarudo; el testarudo, malvado; pues si en algo todos podemos coincidir es que una de las características esenciales de lo que es universalmente bueno y sano, es la Verdad, en contraposición con la mentira, y el terco, ante la evidencia contundente e irrefutable que descarrila con gracia suprema sus erróneas ideas, decide, sin razón ni argumento lógico alguno, tachar a la verdad de mentira y a sus propias y auto convenientes mentiras de verdad.
Piénsalo por un momento: cuando eres terco, te empeñas en negar la realidad por la vía que sea en beneficio de tu propia y fallida causa, y esa es una forma más de mentir y, posiblemente, la más peligrosa de todas.
Es terca la mujer violentada, no por perdonar la brutalidad asesina y criminal de su “pareja”, sino por creer ingenuamente que en el fondo el delincuente la ama, y que ella, tan santa y superior al resto del mundo, es perfectamente capaz de cambiar para bien el carácter de la bestia que ella misma ha escogido como su esposo (vaya soberbia).
Es terco y malvado también aquel que culpa al mundo de sus propios errores. De ahí la malevolencia implícita en López Obrador, nuestro testarudo presidente (y, por lo tanto, tremendamente malévolo) al culpar al hampa del periodismo, por ejemplo, de la catástrofe inminente a la que él mismo está arrastrando a millones y millones de almas posiblemente igual de tercas e incluso malévolas que la suya propia.
Miente fríamente a la cara de la gente, pero miente también ante su propio rostro. O sea, su terquedad es tal, que incluso se miente a sí mismo, ¡y lo hace tan bien, que logra auto engañarse! De ahí la avasalladora seguridad con la que es capaz de decirle a una madre que está equivocada, aunque no lo esté, cuando ésta le reclama a la cara que se le ha retirado el apoyo del CONACYT a su hijo. Sabia, valiente e ingeniosa mujer, que tuvo a bien responder a las absurdas negativas del jefe del ejecutivo que ella también tenía otros datos, aunque con la “ligerísima” diferencia de que la suya sí era información correcta y verdadera.
La malevolencia del testarudo es tal, que incluso ante la híper inflación y la ultra miseria venezolana es capaz de dar la cara al mundo, sin vergüenza, para afirmar a toda voz y con fanática y delirante convicción que él tiene otros datos.
El terco ve el mundo al revés. La mentira para él es la Verdad y viceversa. Por eso miente cual sociópata y de forma auténticamente compulsiva, porque siempre tendrá otros datos debajo de la manga, y no habrá jamás poder humano que lo convenza de que dos más dos son cuatro, y no ocho.
La terquedad de Hitler fue tal, que incluso ante la inminente catástrofe, el desgraciado culpó antes al pueblo alemán de forma unilateral que a sí mismo por haber arrastrado a su país a la más apocalíptica y absoluta de las ruinas; claro, ello no significa que debamos eximir al cobarde pueblo alemán por haber permitido el ascenso de Hitler al poder, pues vaya que el teutón común fue copartícipe de semejante tragedia; Y precisamente por eso, aun siendo nada más que pueblo, decidiré, por siempre que me sea posible, alzar mi insignificante voz en contra de la testarudez del mundo; y la terquedad destructiva, soberbia y peligrosísima que hasta hoy ha caracterizado a la persona y al mandato de mi presidente, vaya que no será la excepción.