Tomás Granados Salinas es director de Grano de Sal, una editorial con un par de años en el mercado y un catálogo de obras de ciencias sociales y naturales, humanidades y artes. Sus productos editoriales de no ficción cuentan con las plumas de especialistas y académicos con contenidos de interés para todos los lectores.
Granados Salinas fue dos veces director de La Gaceta, del Fondo de Cultura Económica, y entre el 2013 y el 2016 fungió como gerente editorial de la paraestatal.
En el contexto del Día Internacional del Libro y del Derecho de Autor, habla con El Economista sobre las políticas públicas del precio del libro y del futuro del mismo en la era digital.
¿Cuál es la importancia de la conmemoración de este día?
Suelo hacer énfasis en que se conmemore no tanto el Día Mundial del Libro, sino la segunda parte, del Derecho de Autor. Creo que hace falta insistir en el valor del derecho de autor. La piratería no paga derechos de autor y la gente debe entender que comprar piratería le hace daño a los autores.
¿Cuál es tu perspectiva, como editor, sobre la política de bajar el precio del libro?
En el mundo se ha descubierto que el libro es un bien con un precio inflexible. Hay evidencia empírica de eso: no incrementa o se reduce el número de unidades desplazadas en proporción al descuento o el incremento del precio.
En las encuestas de lectura, una de las primeras razones por las que la gente no lee es la falta de tiempo, la falta de información sobre qué leer y, en un remoto tercer lugar está el precio del libro. Se hace una política para modificar un factor que no es la causa principal por la que no se lee.
¿Cómo influye a la industria editorial la reducción del precio de los libros?
Se pueden producir efectos positivos. Habrá gente que sí compre los libros muy baratos y después, quizá, recomiende la lectura. Pero hay un mensaje equivocado por parte de las autoridades en la suposición de que los editores inflan los precios por un afán de voracidad. La iniciativa gubernamental está perdiendo de vista que el editor pone el precio más bajo posible para hacerlo compatible con la rentabilidad. Y así la percepción del consumidor puede ser que alguien le está viendo la cara y esa persona es el editor privado.
¿Consideras que dicha medida es una práctica desleal?
No estoy seguro de si es una práctica desleal. Como política del fomento a la lectura me parece insuficiente, muy limitada. Ser lector no quiere decir ser poseedor de libros. Una campaña intensa de creación, de fortalecimiento y mejoría de las bibliotecas públicas tendría un mejor efecto en la generación de lectores que bajar los precios. A lo que sí va a afectar (bajar el precio) es a la valoración social del libro. Si el mensaje público es que los libros valen poco, la percepción generalizada podría ser que los libros no deberían tener precios elevados bajo ninguna circunstancia.
¿El libro digital puede destronar al impreso?
En el mundo el equilibrio parece estarse encontrando. Hace una década la percepción era que el libro digital iba a desplazar de manera total al libro en papel, sobre todo cuando se introdujo en el mercado el Kindle. Pero hace dos o tres años que los libros electrónicos no crecen, se estabilizaron en la participación de mercado.
El libro electrónico tiene un grupo de lectores muy grande, pero no pasa de 30% en industrias como Estados Unidos, Alemania e Inglaterra. En México, lo que es lamentable es que el libro electrónico legal sigue siendo un porcentaje muy pequeño. Aquí es más problemático el tema de la piratería. En cambio, me resulta preocupante que no crezca más el mundo del libro electrónico.
¿Cómo se ve en los próximos años la venta de libros en México?
Hay mensajes encontrados. Desde hace 10 o 15 años hay proliferación de editoriales independientes. Se perfilan muchas oportunidades todavía para ofrecer productos. Ahora, lo grave es que, en general, prácticamente todas las editoriales independientes no sobreviven por sí mismas.
Por otro lado, no hay muchas librerías en ciudades de mediano tamaño. Ahí es donde podría haber una incidencia de la política pública, en fortalecer la presencia de librerías en lugares donde no ha habido.
Está la iniciativa de política pública, que probablemente se apruebe pronto, de cambiar el régimen fiscal del Impuesto sobre el Valor Agregado para las librerías con tasa cero. Eso podría incentivar que haya más librerías, porque reduces de golpe un rubro de gasto.
La creación de nuevas librerías beneficia a tirajes más grandes y, en consecuencia, costos más bajos y lectores que pueden hallar esos precios accesibles. Habrá un efecto multiplicador. Podrían encontrarse nichos de lectores.