La economía mexicana se desaceleró al punto del estancamiento. A pesar de que Estados Unidos está creciendo a más del 3% anual, México no crece. Cuidado: de seguir con la misma tendencia, podría generarse una recesión.

De ninguna manera se va a cumplir el pronóstico del gobierno de Andrés Manuel López Obrador en el Presupuesto 2019 de crecer al 2% este año. Lejísimos del 4% anual que prometió el Presidente durante su campaña. Si bien nos va, y se revierte rápido la tendencia actual, creceremos entre cero y uno por ciento este año. Ésa es la realidad con base en la evidencia empírica. Eso dicen los datos de las instituciones, como el Inegi, que venimos utilizando durante décadas, incluyendo los que hoy están en el gobierno y antes, desde la oposición, criticaban a los gobiernos en turno con base en los números de esas mismas fuentes.

En materia económica, este gobierno, desde que fue elegido, ha tenido que remar a contracorriente. Antes de tomar posesión, ya traía un déficit de confianza en los inversionistas nacionales y extranjeros. Y es que a los capitalistas no les cae nada bien los gobiernos que se dicen de izquierda. Siempre los miran con recelo.

Les preocupa, en el mejor de los casos, que les vayan a subir los impuestos o, en el peor, que no vayan a respetarse los derechos de la propiedad. Invariablemente, la izquierda siempre genera dudas entre la gente de dinero. En este sentido, sin hacer nada, comienzan a gobernar a contracorriente. Deben convencer a los capitalistas que no harán barbaridades, de tal suerte que los inversionistas saquen sus chequeras y sigan arriesgando su capital.

A este déficit inicial de confianza, hay que sumar la pésima decisión de cancelar el nuevo aeropuerto en Texcoco. Era el proyecto de inversión, pública y privada, más grande de la historia del país. Más allá de los miles de millones de pesos de costos hundidos, la decisión generó muchas dudas acerca de un Presidente dispuesto a suspender un proyecto muy rentable para mandar el mensaje de que ahora la política estaría por encima de la economía. Así se entendió: los capitalistas naturalmente se pusieron a la defensiva.

La cancelación del nuevo aeropuerto incrementó el riesgo de invertir en México. Desde entonces, el gobierno no ha podido bajar las altísimas tasas de interés que pagan sus bonos comparadas con las del Tesoro de Estados Unidos. El dinero está llegando a México (eso explica por qué el tipo de cambio se ha mantenido estable), pero en inversiones financieras, no para construir nuevas fábricas, almacenes, tiendas, etcétera. De hecho, las altas tasas de interés afectan la inversión en los negocios. Se eleva el costo de oportunidad: la gente con dinero prefiere meterlo en bonos que dan buenos rendimientos, sin hacer nada, que arriesgarlos en negocios que quién sabe cuánto les redituarán. Las actuales tasas de interés altas, también explican por qué el gobierno navega a contracorriente en materia económica.

Al viento en contra agréguese la percepción de que esta administración construirá dos malos proyectos de infraestructura (Refinería de Dos Bocas y Tren Maya), los errores propios de un gobierno novicio (anunciar una inexistente ley para controlar las comisiones bancarias o comenzar la lucha en contra del huachicoleo en el periodo de mayor demanda de combustibles), la indecisión frente a los bloqueos ferroviarios de grupos rentistas, la lentitud en la ejecución del gasto público y la cotidiana retórica polarizadora del Presidente. Todos esos factores desaniman al capital y abonan al estancamiento económico.

Añadiría uno más. El miedo que tienen los empresarios organizados a decirle la verdad al Presidente. En lugar de hablarle con claridad y expresarle sus preocupaciones, le hacen creer que sus sueños son posibles, como que es factible un crecimiento del 4% anual. Salvo honrosas excepciones, le doran la píldora. Tienen buenas razones para no pelearse con el gobierno, pero también para desconfiar de éste.

Entonces, por un lado, le dicen lo que quiere escuchar AMLO, pero, por el otro, no arriesgan su dinero para generar más negocios y empleos. El resultado es el estancamiento económico que bien podría convertirse en recesión.

Desde que fue elegido el pasado mes de julio, este gobierno va a contracorriente en materia económica. Ojalá lo reconocieran lo antes posible para cambiar la tendencia, para generar vientos favorables que incentiven la inversión privada. Por desgracia, todo parece indicar que prefieren negarlo en lugar de reconocerlo. Y esta negación se convertirá en otro factor más para seguir navegado a contracorriente.

 

Twitter: @leozuckermann

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