Los errores del pasado invariablemente nos cobran factura en nuestro presente (¡y en qué forma!), y la política y la economía en definitiva no son inmunes a semejante ley quasi kármica de la existencia. Pero eso no significa que no exista una poderosísima soberanía del presente, misma que reina muy por encima de los trágicos hechos de antaño. ¿Eso exactamente qué significa? Que los errores de otros tiempos, mientras continúe existiendo el etéreo presente, pueden ser resanados de manera más que considerable si se hace lo correcto. Sin embargo, esta realidad tan obvia y evidente, tiene en su aparente magnanimidad hacia nosotros mismos, una leyenda en letras chicas nada agradable: si mi presente es más poderoso que mi pasado, tengo automáticamente la obligación moral de asumir la responsabilidad de mi estado actual, pues soy, a fin de cuentas, el principal responsable de corregirlo, lo que automáticamente me lleva a perder la comodísima carta abierta de culpar de mis desgracias al yo e incluso al prójimo de mi lejano pasado.
Pues me temo que, exactamente lo mismo ocurre en materia política, y justo como en la vida real, existe todo un personaje arquetípico dentro de dichas ciencias que de manera sistemática (ya sea consciente o inconscientemente) se asume como el mesiánico y poderoso creador de todo lo bueno provocado por él mismo pero, de manera simultánea, culpa a fuerzas exteriores (ya sean externas a su espacio y/o a su tiempo) de todo lo malo que igualmente fue producido nada menos que por sus propias manos.
La anterior falacia es un arma de un poder retórico avasallador, al menos para la mente promedio del siglo pasado y de principios del nuestro, ya que crea seguidores prácticamente incondicionales, aunque, a manera de efecto secundario, provoca una polarización extrema entre la ciudadanía (pues una parte de ésta será nada menos que el pueblo bueno y sabio, y la otra, los hipócritas, ladrones, súper villanos y maquiavélicos enemigos del primero y del respectivo Mesías del Pueblo Elegido).
Pero, como es obvio y al igual que con toda falacia, ésta es relativamente fácil de desmantelar, lo que, también a manera de efecto secundario, conllevará a adjudicarle toda la responsabilidad a aquel que principalmente la posee, por más que quiera hacerse el que la Virgen le habla...
Sigamos, a manera de ejemplo, el ya nauseabundo dogma retórico del cubano comunista promedio: Cuba y Castro son lo máximo del universo (el paraíso en la tierra), pero es el malvado imperio yanqui el que los tiene sumidos en la más aterradora e inhumana de las miserias.
Bueno, pues me temo que sólo hay de dos moles: o Castro (o Chávez, o Maduro) es un gobernante diabólico que ha hundido conscientemente a su pueblo en la más extrema y devastadora pobreza, o es, sencillamente, un simple incompetente, incapaz de enfrentar con éxito a aquella supuesta y ultra poderosa “mafia del poder” americana que tanto lo acosa, ridiculiza y persigue para hacerlo quedar mal ante su amado e incorruptible pueblo.
Como te habrás dado cuenta, en cualquiera de los dos panoramas, el dictador a cargo debe renunciar, pues o es malo o es maleta, pero de que no sirve, pues no sirve.
El crecimiento económico, el empleo formal, la recaudación de impuestos (cayó también un 3.9%), la seguridad y la deuda pública entre otros diversos aspectos centrales del corazón del país, se han visto severamente afectados durante el primer trimestre de López Obrador; en pocas palabras, nuestro presidente ha logrado lo que la inmensa mayoría de los mexicanos creíamos imposible: empeorar aún más las cosas (y ésta no es una opinión, sino un hecho enteramente irrefutable). Sin embargo, él no es el responsable de haber empeorado las cosas, ¡por supuesto!, sino el omnipotente y malévolo PRIANVE-RD, que continúa ostentando el poder sin ostentarlo, con tal de hacer quedar mal al verdadero Salvador de México. Pero ya que el presidente se ha autoproclamado por medio de dichas declaraciones como un político incapaz de enfrentar con éxito a esa “diabólica” mafia fifí, lo honesto es que renuncie voluntariamente a su cargo, pues según su propio razonamiento, éste le quedó grande. Y si no es así, ¡pues que asuma entonces las responsabilidades que le tocan y que suplicó hasta el cansancio por 18 largos años que le fueran otorgadas y corrija de inmediato esta catastrófica tendencia negativa, que ese es su maldito trabajo!
Así que ahora ya sabes cómo contrarrestar esas efectivas pero perversas falacias de aquellos que actúan como adolescentes irresponsables, victimizándose de aquello que no les corresponde y se la viven huyendo de las responsabilidades que sí son suyas, culpando falazmente de todas sus desgracias al resto de la tela del espacio-tiempo.
De nada.