Una de las principales fuentes de inestabilidad de los mercados es la falta de claridad sobre la dirección que debemos seguir para mantener el desarrollo económico sin acabar con el planeta.
Debido a que el socialismo tiene varias décadas muerto como modelo, pero el capitalismo salvaje tampoco ha sido una solución que pudiera garantizar menos desigualdad, la ruta a seguir nunca había sido tan incierta.
Y cada vez que no hemos visto el camino por delante, los vacíos de liderazgo aparecen y estos se llenan con ideologías, radicalismos y promesas llenas de populismo y demagogia.
Ningún país está exento y los ejemplos en estos momentos sobran en el escenario internacional.
En el fondo, el problema es que no tenemos un nuevo modelo de desarrollo que responda a los enormes retos que enfrenta la humanidad.
La escasez de recursos naturales y el aumento de áreas en las que ya no puede sembrarse, mucho menos vivir, contradice la batalla permanente por el control de reservas de petróleo y el interés privado por seguir explorando yacimientos o fortalecer a la industria del carbón.
Esta disyuntiva entre proteger lo que cada país tiene sin dejar el libre comercio, ha provocado la radicalización de muchos segmentos de las sociedades y un auténtico extravío sobre qué es lo que debemos hacer ahora.
En medio de este escenario está México. Una nación que todavía tiene recursos naturales, capacidad petrolera, ubicación geográfica privilegiada, y uno de los últimos bonos demográficos del continente.
No obstante, la pelea por el modelo económico y de desarrollo adecuado es diaria y nos divide como ningún otro aspecto de este cambio de época. Basta acusar neoliberalismo en la toma de decisiones para que el ruido, de un lado y del otro del espectro político, nos deje sordos.
Creo que el ineficiente estatismo de los años 70 y 80 inició la bancarrota del país, pero tampoco la apertura comercial y la privatización de los 90 significó el salto a la prosperidad.
El rasgo entre ambos fue la corrupción, el despilfarro y un aumento de la desigualdad a tal grado que parecemos dos (o más) naciones en constante contradicción. Sin embargo, no somos los únicos, naciones más desarrolladas viven la misma división y esquizofrenia política.
Lo que necesitamos es debatir un nuevo modelo, más cercano a un capitalismo con conciencia social que al capitalismo de cuates al que nos habíamos acostumbrado. Una alternativa que proteja nuestra riqueza natural y social sin aislarnos del planeta, con pleno uso de derechos y la suficiente educación para que evitemos prejuicios y estigmas, con acceso a las oportunidades y al desarrollo social que tanto nos ha eludido.