Apoyo, sin reservas, el movimiento #MeToo. Celebro que las mujeres alcen su voz para desenmascarar a los hombres que abusan de su poder y las acosan sexualmente. El asunto es particularmente importante en México, donde las instituciones judiciales son una basura. En nuestro país, las mujeres no tienen ningún incentivo para acusar judicialmente a los que las violentan. Está documentado el maltrato que reciben en el sistema judicial y la total falta de resultados en esta materia.
¿Qué queda? Las redes sociales. Desesperadas, las mujeres están revelando los nombres de los presuntos acosadores para dañar su reputación. Es muy importante, en este sentido, que las acusadoras den sus nombres y apellidos. Representa, sin duda, un desgaste emocional enorme, pero es necesario para darles veracidad a las imputaciones.
La anonimidad, en cambio, puede resultar injusta y con consecuencias tremendas como lo que vimos ayer con el suicidio del bajista Armando Vega. Dramática la carta que dejó antes de quitarse la vida. Relata cómo una supuesta chica de 13 años de edad lo acusó de abuso y acoso de manera anónima. Vega rechaza la imputación y reconoce que, de haber conocido la identidad de la muchacha, la hubiera invitado para arreglar este asunto en presencia de testigos, sin embargo, la acusación ya circulaba por las redes. El músico pensó, con razón, que esto le echaría a perder su vida profesional: “Sé que en redes no tengo manera de abogar por mí, cualquier cosa que diga será usada en mi contra, y esto es una realidad que ha ganado su derecho en el mundo, pues las mujeres, aplastadas por el miedo y la amenaza son las principales víctimas de nuestro mundo”. Dura conclusión.
Para Vega, el daño estaba hecho. No comparto su decisión de suicidarse por este motivo y dejar huérfano a su hijo. Sirva esta tragedia, sin embargo, para reflexionar no sólo sobre los derechos de las presuntas víctimas, sino también de los presuntos acusados.
En este sentido, reitero, que no se vale hacer acusaciones anónimas. Si el #MeToo ha tenido éxito es porque mujeres valientes han dado sus nombres y apellidos para denunciar a sus acosadores. Se han plantado enfrente, dando la cara, a un costo personal alto, para cambiar el statu quo. Todo mi respeto.
Y sí, hay un siguiente paso: llevar estos casos a la justicia. Es lo que está sucediendo en otros países con un sistema judicial confiable (no es el caso de México). Toda persona, por más culpable que sea, tiene la prerrogativa a un juicio que respete su derecho al debido proceso. Hasta los nazis lo tuvieron después de la Segunda Guerra Mundial.
Interesante lo que está pasando en Estados Unidos donde comenzó el movimiento #MeToo. Uno de los primeros denunciados fue el poderoso productor de Hollywood Harvey Weinstein. Varias actrices famosas, incluyendo a Salma Hayek, dieron la cara y lo acusaron. Hoy, más allá de la destrucción de su reputación personal, está siendo procesado por diversos delitos para que también haya justicia por esa vía.
Como es su derecho, contrató a un abogado para defenderse: Ronald Sullivan, profesor de la Universidad de Harvard. Estudiantes de esta institución han protestado. Argumentan que no es compatible que un miembro de la facultad defienda a un individuo acusado por crímenes sexuales. Solicitan su dimisión. Están en su derecho. Lo que me parece excesivo es que la escuela de derecho de Harvard esté revisando si es apropiado o no que Sullivan defienda a Weinstein. ¿Y dónde queda el derecho de todo acusado a contratar a un abogado para defenderse?
En 2014, Jeannie Suk Gersen, también profesora de leyes en Harvard, publicó un artículo en el New Yorker sobre las crecientes dificultades para enseñar casos sobre crímenes sexuales a raíz del #MeToo. “Cuando enseño leyes que castigan la violación sexual, no me detengo en casos en los que todos están de acuerdo en que el acusado es culpable. En su lugar, me concentro en los casos que ponen a prueba los límites de las reglas”. La idea es debatir dichos casos en clase. Sin embargo, Suk Gersen revela que es cada vez más difícil hacerlo sin que los estudiantes, en particular las mujeres, se incomoden. En este clima, muchos maestros han decidido dejar de enseñar este tema para evitar problemas.
Es un error. Qué bueno que exista el movimiento #MeToo para poner en la palestra y debatir el tema del acoso sexual, además de comenzar a castigar, por lo menos en la opinión pública, a los presuntos culpables. Pero cuidado con los excesos, donde presuntos culpables ya no pueden defenderse o se inhiba el debate de estos temas.
Twitter: @leozuckermann