A ver si no se atraganta el Congreso en las próximas semanas en su intento por legislar simultáneamente la contrarreforma educativa, la reforma laboral necesaria para la posible ratificación del T-MEC en Estados Unidos y la ratificación de mandato. Donde más se había avanzado era en la parte educativa, que extrañamente no abarca uno de los temas más importantes de los últimos años.
Me refiero a las escuelas primarias de tiempo completo o prolongado. Las primeras son de ocho horas e incluyen programa de alimentación; las segundas, de seis horas, sin alimentos. El proyecto comenzó durante el sexenio de Zedillo, en el DF. Durante el sexenio de Fox casi no se avanzó; en el de Calderón, el número pasó de 440 a más de 6 mil, la mayoría de seis horas.
Con Peña Nieto se intentó un esfuerzo más ambicioso. Originalmente, las autoridades educativas pensaron extender la jornada en 40 mil primarias, la mayor parte de ocho horas. Aunque el avance fue notable hasta 2016, allí se detuvo por razones presupuestales.
El total al final del sexenio alcanzó, sin embargo, un número considerable: 25 mil escuelas, sesenta por ciento de seis horas, cuarenta por ciento de ocho horas. La cifra equivale a la cuarta parte del total de las primarias públicas en el país. Se concentraron en dos clusters: zonas marginadas, donde se establecieron las dos terceras partes de las de tiempo completo, y la Ciudad de México, donde la mayoría fue de seis horas.
Quienes hemos sido partidarios de extender la jornada mexicana –de cuatro horas y media– a la norma de la mayoría de países con PIBs per cápita igual o superiores al nuestro, nos apoyábamos en simples deducciones. Primero, si los países ricos con mejores resultados en PISA se caracterizan por jornadas largas, México debe hacer lo mismo. Segundo, es preferible para los niños encontrarse en la escuela hasta las cuatro de la tarde que estar encerrados a partir del mediodía, o en la calle. Tercero, la jornada completa le permitiría a las madres, sobre todo solteras, trabajar fuera del hogar sin la angustia de recoger a los niños en la escuela, dejarlos con familiares, o sólo laborar media jornada.
Pero carecíamos de datos duros para fundamentar nuestro respaldo a las escuelas de tiempo completo como un factor fundamental de cualquier reforma educativa. En 2018, sin embargo, el Banco Mundial publicó un estudio titulado ‘¿Qué impacto tiene el Programa de Escuelas de Tiempo Completo (PETC) en los estudiantes de educación básica (en México)?’ (https://bit.ly/2OOTviy). Aunque sólo analiza el periodo 2007-2016, ofrece un amplio volumen de datos.
Esto dice: “Se identifica el impacto de la política entre las escuelas que reciben el programa y las que no… Se consideran indicadores relacionados con el desempeño de los estudiantes en pruebas estandarizadas, en particular, se toma la proporción de estudiantes de 6to grado en los niveles de logro más bajo y más alto de desempeño en matemáticas y lenguaje… Por otro lado, se toma el rezago escolar grave, medido como la proporción de estudiantes con 3 años o más de edad que los correspondientes para la educación primaria… La participación en el PETC reduce la proporción de los estudiantes en el nivel de más bajo desempeño en las pruebas estandarizadas… se observa un aumento de los estudiantes en el nivel más alto de desempeño… aquellas escuelas que participan en el programa reducen la proporción de estudiantes en rezago escolar grave… Para la reducción de la proporción de estudiantes en el nivel más bajo en matemáticas, los efectos se presentan desde el primer año de participación en el programa y se mantienen consistentes por 7 años consecutivos… los efectos de la participación en el programa sobre el rezago escolar grave también son consistentes y no se agotan con el paso de los años… los niños que tuvieron la oportunidad de asistir a una escuela del PETC lograron incrementar significativamente sus resultados después de dos años, comparado con niños de características similares que no tuvieron la oportunidad de asistir a este tipo de escuelas…”
El análisis termina con varias preguntas: “¿se debería pensar en el PETC como un programa de seis u ocho horas de instrucción? ¿Cuál es el impacto de proveer el servicio de alimentación escolar? ¿Cuáles son las actividades y/o los materiales disponibles que inciden en forma más favorable en el desempeño académico?” Yo concluyo: se trata de un logro indiscutible de la política educativa de Peña Nieto, que no debe ser abandonado, sino incrementado por AMLO. Y tal vez, un ratito, discutido por los legisladores al momento de abordar la contrarreforma.