El año de 1994 fue proclamado como el Año Internacional del Deporte y el Ideal Olímpico por la ONU; ese año, el mundo atestiguó la promulgación de una nueva Constitución peruana, la OTAN creó la Asociación para la Paz, firmaron los Acuerdos de Marrakech, murió Richard Nixon, se llevó a cabo la Copa Mundial de Fútbol. Fue un año enmarcado por sismos, incendios, avionazos y descarrilamientos.
En México, el 1º de enero ocurrió el levantamiento del EZLN y entró en vigor del TLCAN; el día 10 de ese mes, Luis Donaldo Colosio comenzó su campaña presidencial; un mes más tarde, celebraría su cumpleaños número 44, el último. El 6 de marzo, con motivo del aniversario del PRI, pronunciaría su discurso más recordado; días después, la puntería de un asesino acabó con su vida. En septiembre, luego de la elección del 21 de agosto, José Francisco Ruiz Massieu fue acribillado en la Ciudad de México. Ernesto Zedillo rindió protesta como presidente el 1º de diciembre para, días después, ocasionar el desastroso “Error de Diciembre”, mundialmente conocido como “Efecto Tequila”.
Un 23 de marzo nació Victoriano Huerta y, de acuerdo con el santoral, ese día se dedica a San Otón de Ariano, ironías de la vida. En Tijuana, la vida de los residentes de Lomas Taurinas, una colonia fundada por Agustín Pérez Rivero, cambiaría para siempre. La tragedia originada por un disparo colocó a dicha colonia popular en la memoria del colectivo mexicano.
Es preciso aclarar que no conocí a Luis Donaldo, ni provengo de una familia colosista; visité la enigmática plaza en Lomas Taurinas ya entrado en la adolescencia. Sin embargo, el primer recuerdo que tengo relacionado con la política se remonta al asesinato de Colosio. Así, podría decirse que hace 25 años, me enamoré de la política.
Cada 23 de marzo evoco aquella tarde-noche frente al televisor en la habitación de mis padres, asombrados por lo que en estaba sucediendo. Habían herido al virtual presidente de México, ¡lo decía Jacobo! Por tanto, tenía que ser cierto. Las especulaciones no se hicieron esperar, tampoco las ansías por hallar culpables o, mejor dicho, por designar culpabilidades. Que si Ruffo, que si Camacho, que si el narco, que si el PRI, ¡No! ¡Mejor Salinas! El villano favorito, por lo menos de los mexicanos.
Salinas llegó y se fue cobijado por el reproche de la mayoría de los mexicanos, quienes, acostumbrados a la polarización, solo aceptan los extremos como verdad absoluta. Particularmente, me parece bastante ordinario atribuirle la autoría del asesinato a Carlos Salinas teniendo tan sólo como base, el discurso del Monumento a la Revolución. Mi hipótesis la sustento en una verdad ya muy conocida: el discurso fue escrito por expertos de la pluma, se trató de una estrategia electoral para lograr repuntar y, lo más obvio, el discurso fue enviado a Los Pinos días antes, donde dieron el visto bueno. Además, para un amante de la intriga como Salinas, esa teoría resulta demasiado simplista.
Saber qué hubiera pasado sí Colosio hubiese sido presidente es una interrogante tan grande como lo ocurrido aquella tarde, luego del último mensaje que pronunciara Luis Donaldo. Lo que cierto, es que, como sucedió con Álvaro Obregón, Carlos Madrazo, Maquío o Pedro Infante, ese día nació una leyenda inmortal para el imaginario nacional.
Post Scriptum. “Vengo una vez más a Tijuana y a Baja California al encuentro con los nuestros, al encuentro con los míos”, Luis Donaldo Colosio.
* El autor es consultor político, catedrático y escritor.
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