Pregunta fifí: ¿Qué prefieres en términos meramente monetarios o materiales? ¿Un mentiroso que te robe 1 de tus 10 pesos, o un honesto que supuestamente no te va a robar, pero que haga que te despidan del trabajo y, por ende, te quedes sin un peso en la bolsa? Pues, según Pitágoras, más valen nueve pesos en mano, que un bruto pero honesto gobernando. (bueno, la idea es esa).
Claro, todos preferimos, creo yo, gobernantes honestos y, además, nuestros diez pesitos en nuestras propias manos, pero mi punto es que de poco me sirven las ínfulas de incorruptibilidad cuasi mística de un gobernante si éste provoca inestabilidad económica en el Estado que gobierna y, por ende, lo empobrece (o sea, ¡nos empobrece a todos!)
Como sociedad civil creo que es sano (e incluso necesario) que denunciemos con todo las mentiras e inconsistencias ideológicas de nuestros líderes políticos, pero, honestamente, los pecadillos personales de éstos, prácticamente me vienen importando un reverendo cacahuate.
Sí, sé que sueno horripilantemente fifí al decir esto, pero pues, ¡ni cómo defenderme!, (en especial mientras me descubro a la par que escribo escuchando Haydn y tomando mi cafecito matutino artesanal con mi meñique estiradito).
En buen plan, el presidente es mi empleado. Lo que más me interesa de él es que haga bien la chamba que le encomendé (a regañadientes, porque ni voté por él, pero a fin de cuentas, como demócrata que soy, lo acepto como mi presidente y, ergo, como mi fiel empleado). Claro, debemos ser humanos y también tener cierta preocupación por la vida personal de nuestros subordinados, ¡pero agarren la onda! ¡Mi presi gana incluso más que el fifí de un servidor! Así que vaya que nuestros gobernantes distan muchísimo de estar desamparados como para requerir de nuestra misericordia material, ¿no lo creen?
Aclarado lo anterior, retomo mi punto: ¡la vida personal de mis empleados políticos me vale gorro! Tanto lo bueno, como lo malo. Para mí es enteramente secundario que mi presidente ame u odie a Haydn (aunque yo amo al masón austríaco con toda mi alma): ¡lo primero que me importa es que haga bien su trabajo! Tampoco me importa su raza, ni su credo, ni honestamente si le es o no infiel a su esposa (aunque personalmente condene la infidelidad con uñas y dientes). Y es que todo esto es secundario, debido a que los vicios de mis empleados (o incluso sus virtudes personales) se subordinan a la importancia de que cumplan con el trabajo que tanto tú como yo les hemos encomendado.
Y lo anterior me lleva a lo obvio: prefiero a los presuntos corruptos de antaño, creciendo a más del 2% anual, que al Sacro Santo Inmaculado e Incorruptible Vicario de Macuspana provocando un crecimiento anual menor al 1.5% ¿Me explico?
¡¿De qué me sirve que no me robe si me está empobreciendo a mí y a todos los mexicanos?!
Claro, si me dices, como cuate tuyo, (o como esposa o pariente cercano), ¿a quién prefieres? ¿A una persona honesta pero que es poco productiva, o a una deshonesta que es muy productiva?, ¡les garantizo que me voy con el honesto pobre! Pero aquí el punto no es si queremos que Andrés Manuel sea nuestro amiguito, sino que saque adelante o no a NUESTRO país a medida de lo posible. Así que te recomiendo que nos demos un doloroso baño de realidad y, todos los mexicanos, independientemente de lo chairos o fifís que seamos, dejemos de ver a nuestro presidente como nuestro papi, nuestro cuatacho o nuestro amado hermanito menor, y lo empecemos a ver como lo que es: un empleado NUESTRO al que más le vale darnos resultados positivos o la historia de nuestra tierra y nuestra gente no dudará en pasarle la elevadísima factura al respecto.