Hasta donde entiendo, su servidor es técnicamente una especie de ternurita de fifí, mafioso del poder y conservador (a pesar de que soy liberal prácticamente al extremo, y apoyo la despenalización de la cocaína – ¡sí, incluso de la cocaína, qué maldito escándalo! – y muchas otras medidas similares y no menos polémicas). ¡Pero eso no es todo! según me dicen, ¡al mismo tiempo soy chairo!, que porque soy un enemigo acérrimo de esa infame corriente político-económica conocida como ordoliberalismo o neoliberalismo (término éste último acuñado en 1938 por el economista alemán Alexander Rüstow, y que, en la realidad, lo que más se le parece es la socialdemocracia, misma que detesto con odio jarocho y solovinesco). Así que me temo que, al igual que durante la Guerra Civil Española (ese lamentable y ultra violento conflicto entre fascistas y socialistas), a mí, en la actual guerra entre chairos y fifís, me fusilaría indistintamente cualquiera de los dos bandos.
Pero no me den por muerto tan fácilmente.
Aunque usted no lo crea, estoy convencido de que existe una identidad en común que nos une a usted, mi estimado chairo, y también a usted, mi querido fifí neolibeliever, con sabandijas de la calaña y la dudosa reputación de un servidor. Somos todos mexicanos y/o latinoamericanos del siglo XXI, y ésta es una identidad contemporánea que incluso trasciende, y por mucho, el legado de varios de los héroes de nuestro primitivo pasado. Somos demócratas y, como tales, no creemos en la reelección de ningún presidente, a diferencia de Benito Juárez, que se mantuvo en el poder por 15 años gracias a tan corrupta práctica, y sólo la muerte fue capaz de privarlo de echarse otros tres lustritos sentadito en nuestra silla presidencial. Claro, al mismo tiempo, realmente veneramos su maravillosa frase mundialmente reconocida (cual debe de ser): Entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno, es la paz. También estamos en contra del gran Morelos, cuando éste declara, cual inquisidor medieval, que el catolicismo será la única religión dentro del territorio mexicano, y que no se tolerará ninguna otra, como se constata en sus célebres Sentimientos de la Nación (y claro, al mismo tiempo, celebramos su férrea defensa a la propiedad privada que ahí mismo nos propone). Y lo mismo ocurre con Porfirio Díaz, aquel tan odiado liberal en materia económica (lo que produjo una prosperidad sin paralelo en nuestra historia), pero tirano en materia civil y política (lo que nos condujo a aquella sangrienta revolución en su contra).
En pocas palabras, los mexicanos y latinoamericanos actuales, en nuestra inmensa mayoría, somos férreos amantes de la libertad: la libertad de inventar, comprar y vender lo que nos dé la gana al que se nos dé la gana; la de reunirnos con quién se nos antoje, ya sea en público o debajo de la intimidad de nuestras sábanas; la libertad, sí, de ser católicos, ¡pero también de ser judíos, ateos, agnósticos, budistas, deístas o musulmanes o lo que se nos ocurra!; la libertad de pensar y expresar lo que nos plazca y de votar por el candidato que queramos, así como de criticar al presidente o al político que sea, ya sea presente o pasado, y todo esto dentro del sofisticado marco de un gobierno limitado, poseedor de diversos contrapesos autónomos entre sí y, obviamente, enteramente republicano.
Libertad, democracia y república.
He ahí las tres características que nos unen a la inmensa mayoría de los mexicanos e incluso latinoamericanos del presente.
Claro, seguramente habrá por ahí un minúsculo puñado de trasnochados fascistas o de individuos deseosos de someter o ser sometidos por una dictadura absolutista de derecha o de izquierda, pero en general, coincidimos en que la historia de nuestra amada tierra y de nuestra amada humanidad, nos ha enseñado a través de los milenios, que no hay valores políticos ni económicos más elevados que aquellos de la libertad, la democracia y la república, por lo que no debemos olvidar jamás que, antes de ser chairos y/o fifís, somos individuos libres, amantes incondicionales de la libertad y las repúblicas democráticas.