Sí hay una emergencia, pero no es la que tramposamente se declara desde la Casa Blanca. Cruzar la frontera es un riesgo para cualquier ciudadano que intente hacerlo de manera ilegal, pero las durísimas condiciones a las que se enfrentan las personas, y que con mayor detalle conocemos en la actualidad, no han reducido el tránsito de migrantes, acaso sólo los han hecho cambiar sus rutas, y esto es justo lo que los pone en mayor peligro.
Lo narran Eduardo de Gortari y Esteban González, para Plumas Atómicas: “A las afueras de Gila Bend, en Arizona, más de 30 voluntarios de las Águilas del Desierto, se reúnen por la madrugada para ir en busca de tres personas que un grupo dejó atrás en medio de la caminata (…) Águilas del Desierto es una asociación de voluntarios dedicados a rastrear migrantes perdidos en el desierto de Arizona. Conformado casi exclusivamente por migrantes que en algún momento cruzaron ilegalmente, ellos viajan desde Los Ángeles, San Diego o Tucson para atender reportes de familiares e incluso de los mismos migrantes que se han perdido mientras cruzaban la frontera”.
En la investigación se precisa que el desierto se ha convertido en la nueva ruta, pues a diferencia de Tijuana, con su muro físico, y Texas, con su muro en forma de Río Bravo, la línea entre Sonora y Arizona conduce a miles de metros cuadrados de desierto: “demasiado caliente para cruzarlo de día en verano, demasiado frío para cruzarlo de noche en invierno”.
En los últimos 20 años, también informan, han muerto más de siete mil 200 personas en el intento de cruzar. “Es un muro natural, la naturaleza está encargada de crear ese muro. Y al desierto, simplemente, yo le llamo un enemigo silencioso, una bestia devoradora…”, afirma uno de los voluntarios.
Aun así, con los muros levantados por el hombre, y las barreras formadas por la naturaleza, al menos 99 mil 901 grupos de familias han querido cruzar la frontera entre el 1 de octubre pasado y hasta hace una semana. Intentos fallidos porque fueron detenidos por la Patrulla Fronteriza. Nada impedirá la migración, nada que no sea la mejora de las condiciones de las personas directamente en sus lugares de origen. A pesar de esto, Donald Trump insiste en levantar un muro, una barrera como tantas otras que no han servido para evitar que, quien lo desee, la venza y la cruce. Ahora usará recursos para desastres naturales. En eso consiste su declaratoria de emergencia nacional anunciada ayer. Desproteger a sus ciudadanos para salvar una promesa de campaña imposible de cumplir por la vía legislativa, como lo refutó Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes, que se asoma como un contrapeso que Trump desearía no tener. El presidente de Estados Unidos de América ya consiguió una parte de los más de 5 mil millones de dólares que pidió para el muro amagando con un cierre administrativo, el resto vendrá de ese fondo que en 2018 fue el salvavidas para millones de estadunidenses afectados por fenómenos naturales, de incendios a huracanes, y que hoy quedan también en el desamparo y sin saberlo, pues la fuerza de los desastres difícilmente se puede saber con exactitud. Ya vendrá el verano y la víspera del otoño con sus lluvias y tormentas torrenciales.
Y esa crisis sí será real, no como ésta que anuncia en la frontera. O acaso la única que existe es la que sus elementos de seguridad han agudizado: niños muertos por los malos cuidados tras ser detenidos y separados de sus padres; familias enteras que no saben cuándo volverán a estar juntas; migrantes que se enfrentan al racismo de los grupos de caza o que pierden la vida y terminan como nido de aves, según lo cuentan voluntarios de Águilas del Desierto. Ahí está una emergencia, pero no es de seguridad nacional y únicamente viéndola desde el sentido humano es que podrían generarse mejores soluciones para controlar un flujo que no frena ni la propia naturaleza.