En sus Cinco memorias sobre la instrucción pública (1792), el noble y revolucionario marqués de Condorcet propuso que los artesanos supieran física y química, no sólo usar las manos. Fue una idea noble y revolucionaria frente a la tradición que opone la vida intelectual a la inteligencia de las manos. Una propuesta análoga sería exigir el dominio de un oficio como requisito para entrar a la universidad.
Las manos inteligentes fueron decisivas para el desarrollo de la especie humana y la cultura. Lo siguen siendo para el desarrollo personal. En la destreza, el cerebro coordina los dedos, los ojos y los oídos para producir resultados. En el simple tacto, hay investigación, conocimiento. Pero las habilidades manuales son vistas con desdén por la educación superior, como algo socialmente inferior, aunque los grandes cirujanos y los grandes pianistas llegan a serlo por el uso magistral de sus manos.
La vida humana se enriquece con los oficios ignorados por el sistema educativo: afiladores, albañiles, bordadoras, carpinteros, cerrajeros, cortineros, cocineras, costureras, electricistas, encuadernadores, enfermeras, estilistas, floristas, fumigadores, herreros, hojalateros, impresores, jardineros, mecánicos, mecanógrafas, modistas, paragüeros, parteras, pintores, relojeros, reparadores de aparatos, rotulistas, sastres, soldadores, tapiceros, tejedoras, vulcanizadores, zapateros y cien oficios más que exigen manos inteligentes.
Las primeras universidades formaban teólogos. Después, abogados. Mucho después, médicos y músicos, cuyo saber manual fue visto como indigno del nivel universitario. Las disciplinas puramente conceptuales como la teología y el derecho eran y siguen siendo de enseñanza oral. Necesitan cuando mucho un pizarrón, no quirófanos, instrumentos musicales, talleres, laboratorios o prácticas de campo. Quizá por eso, la enseñanza de la administración, que también fue rechazada como indigna del nivel universitario, tuvo un éxito fulminante: puede reducirse a bla-bla-blá. A lo largo del siglo XX, la enseñanza administrativa en las universidades nació, creció y rebasó en número de alumnos a las carreras tradicionales.
El presidente López Obrador prometió en su plan de gobierno: «En 2019 estarán funcionando 100 universidades públicas con carreras acordes a cada región del país, para atender con educación de calidad y sin pago de colegiaturas». Otras declaraciones morenistas: Se buscarán municipios donde no haya universidad, especialmente en zonas indígenas. Habrá lugar para 64,000 estudiantes [¿640 por universidad?]. El cupo de los salones se duplicará porque los estudiantes estarán ahí el 50% del tiempo. El otro 50% saldrán a investigar. La enseñanza universitaria dará «perspectiva de lo público, del servicio a los demás».
Del siglo XVI al XVIII hubo una sola universidad en México. Los estudiantes de provincia tenían que viajar a la capital. Ahora hay casi 2,000, y al menos una docena en cada estado. Los estudiantes de municipios donde no hay universidad no tienen que ir muy lejos para estudiar en las que existen. Con una beca que incluya viáticos, recibirían mejor educación que en las 100 universidades construidas, equipadas y organizadas de prisa para ahorrarles el viaje en 2019.
Por otra parte, en los municipios marginados donde falte algún servicio básico (agua potable, electricidad, teléfono, vías de acceso, dispensario médico, escuela primaria) sería bueno hacer una consulta para ver si prefieren tener universidad local antes que servicios básicos.
En 1856, se creó la Escuela Nacional de Artes y Oficios que desapareció convertida en la Escuela Superior de Ingeniería Mecánica y Eléctrica del Instituto Politécnico Nacional. ¿Qué necesidad había de suprimirla? Pudieron convivir. Lo que explica el «progreso» (destructivo) es el prejuicio contra el saber de las manos.
Para superarlo, en 1972, Bunker Roy fundó en la India su Barefoot College (Universidad Descalza) que prestigia como educación universitaria lo que enseñaba Gandhi: el trabajo manual. Con el mismo propósito, en Argentina, se creó en 2014 la Universidad Provincial de Oficios Eva Perón. Así la palabra universidad ennoblece los oficios y fomenta su enseñanza.
Prestigiar los oficios con títulos universitarios sería noble y revolucionario. Ofrecer licenciaturas en cocina o carpintería no es más ridículo que ofrecerlas en administración. Las 100 nuevas universidades deberían ser universidades de oficios.